Inés y los corderitos (21 de enero)

Autor: Adolfo Carreto

 

 

Desconocía yo que santa Inés tuviera que ver con los arzobispos, y resulta que sí. O más bien, los arzobispos, el Papa incluso, con santa Inés. Esa faja blanca, inmaculadamente blanca, adornada únicamente con unas bordadas cruces negras, que tanto el Papa como los arzobispos se colocan para ceremoniar cuando la liturgia lo amerita, resulta que tiene que ver con los arzobispos. Porque, esa faja de lana purísima tiene que ver con corderillos sagrados, escogidos entre la manada que pastorean los padres trapenses de la Abadía de las Tres Fuentes.
Han ido los encargados para el ceremonial a la abadía y han elegido a tres corderillos. Todos los corderillos tienen buen ver, son frescos como su lana primeriza, y seguirán siendo alimentados, una vez de la bendición del Pontífice, con el esmero que merecen. Ya están los tres corderillos camino del Vaticano, en transporte adecuado, porque van a ser acercados hasta el altar en donde el Santo Padre los acariciará con su bendición y quedarán aptos para más adelante, para cuando los esquilen.
Y es que, una vez que la lana esté a la sazón, de esos corderos será la lana que luego se convertirá, gracias a las prodigiosas manos tejedoras de las monjas de Santa Cecilia, en los palios arzobispales, en esa franja inmaculada para dar más realce a la liturgia.
Todavía no ha salido a relucir santa Inés, que es de lo que se trata. Inés es la santa del corderito. Estampa que veamos sin corderito, la virgen allí señalada no es esta Inés que nos ocupa. Santa Inés sin cordero es algo así como arzobispo sin palio, esto es, sin el símbolo sacro que lo acredite.
A santa Inés la asimilaron, desde que murió, degollada, como cordero llevado al matadero, precisamente con este tierno animal. Y desde entonces todos los eneros el Santo Padre acude a santa Inés y a los rebaños de los trapenses para que la extirpe de los cardenales no se agote.
Era demasiado niña esta muchacha para ser mártir, pero el martirio raras veces se elige, y menos a esas edades. Trece años dicen que tenía en su haber y a esa tempranía ya había elegido su destino de virginidad. Y todo por su educación casera. Pero, como además de lucir trece años apuntando a la pubertad lucía un físico nada despreciable, el muchacho, al salir del colegio, le dijo:
- Inés, quiero casarme contigo.
Se lo dijo de forma que no parecía piropo sino imposición. Ese “quiero” significaba “voy a casarme contigo”, y por ahí la muchacha no entraba.
- Ya tengo prometido.
Decir cosas así a esas edades aparentan desprecio, y a un hijo de alcalde, que era de lo que presumía el chaval, no se le viene con semejantes desplantes.
- Que voy a casarme contigo.
- Que no.
Y como quienes mandan son quienes deciden, el hijo del alcalde romano decidió y el padre actuó.
- Yo me encargo de eso.
No hubo manera. La muchacha dijo que no y no, que su virginidad estaba comprometida y que no daría paso atrás. Y como vieron cierto lo que decía la muchacha, el resultado no se hizo esperar.
- Me las pagarás.
Y la muchacha lo pagó con el martirio. El alcalde mandó decapitarla por creer en lo que no debía creer, es decir, en ese Enamorado prohibido que ella prefería a las locuras de su hijo.
Pues sí, virgen y mártir. A lo mejor, por una chiquillada, pero yo creo que fue, como siempre, por abuso de poder, que son las torturas que aplican los torturadores de todos los tiempos, éstos incluidos.
Y como la gente se enteró rápidamente de la desfachatez del orden establecido, colocaron un corderillo a su lado para permanecer junto a él, ambos llevados al matadero. Ahora el Papa bendice, cada veintiuno de enero, a los corderillos trapenses para sacar de su lana el palio que utilizan Papa y arzobispos en sus ceremonias.

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