Genoveva contra Atila con Paris al fondo (3 de enero)

Autor: Adolfo Carreto   

 

 

Avanzaba Atila con los hunos, cien mil en total, y avanzaba como siempre lo hacía, arrasando. Atila no era un invasor, era un destructor. Atila tenía un caballo que donde pisaba no volvía a surgir la hierba. Atila era un nombre de terror, y los suyos unos guerreros terroríficos. Todavía hoy el nombre de Atila es lo que es, un insulto, un no ir más allá en la degradación, un desalmado de la más baja calaña.
Avanzaba Atila sobre París y la gente, muerta de miedo antes de que llegara, corría despavorida. Los hunos no dejaban piedra sobre piedra, no dejaban vida sobre vida, todo lo arrasaban. Lo que no fuera para ellos no sería para nadie. La destrucción era la norma. Por eso, despavoridos, corrían los parisinos cuando les alertaron que Atila avanzaba.
Genoveva era monja y tenía 30 años, los suficientes para saber lo que se podía hacer en circunstancias así. ¿Para qué huir en estampida? ¿No sería peor el remedio que la enfermedad? ¿Les permitiría Atila una desbandada tan cobarde? Genoveva no sabía de cobardías. Aprendió a hacerse fuerte en el campo, de niña y joven, cuando se dedicó al pastoreo. Un pastor sabe de caminos, de resguardos, de defensas contra las intemperies. Pero ¿qué defensas contra Atila?. Enfrentamientos tampoco. Genoveva no es ingenua. Pero ingenua la creyeron los parisinos cuando Genoveva propuso:
- No escapen. No se den a la desbandada. Entremos en las iglesias y recemos.
- ¡Esta mujer se ha vuelto loca! ¿Qué le importan a Atila las Iglesias? ¡Arrasará con las iglesias y con nosotros dentro!.
- No hay más salvación que los templos –insistía Genoveva.
Para unos, loca. Para otros, iluminada. Hubo quien huyó. Hubo quien rezó. Era, es verdad, una oración desesperada, un casi no atinar al rezo, pues los caballos de las huestes de Atila avanzaban cada vez más. Hasta que llegó la noticia.
- Atila ya no viene sobre París.
- ¿Hacia dónde va?
- Se dirige a Orleáns.
- Pues esto es un milagro de Genoveva.
Para quienes se refugiaron en los templos, fue un milagro. Para quienes huyeron a los escondrijos, también. Y Genoveva, a los treinta años, comenzó a convertirse en heroína de la defensa de París con las únicas armas de la oración.
Los pobres y los menesterosos, eso sí, fueron siempre sus prioridades. Pero eso suele quedar al margen cuando se trata del milagro de una ciudad salvada de la furia de Atila.
Desde entonces los parisinos la tienen como patrona. Todavía hoy sienten aquella profanación de sus restos cuando la revolución Francesa. O sea, que lo que no pudo Atila lo pudo después la posteridad. Son cosas que ocurren. En Francia cabe de todo y hay lugar para todos los desmanes y todos los encuentros, para todas las revoluciones y contrarrevoluciones, para todas las invasiones y todos los salvamentos. Francia es así, y París, más.
Lo cierto es que desde Atila, Genoveva quedó siempre en la mente de los parisinos como su genuina protectora. Y ya no hay quien se la quite. Todos los tres de enero lo celebran, y lo hacen en buena lid.

.