San Teodoro de Heraclea o la desobediencia civil (7 de febrero)

Autor: Adolfo Carreto   

 

 

¿Quién tiene la culpa de que hayan desaparecido los monaguillos?. Pues ya está, las nuevas tecnologías, esto es, la televisión, los juegos de ordenador, las video consolas, el aumento de los viajes para los chavales y los cursillos de enseñanza que los padres se esfuerzan pagándole a los críos. Así lo ha confesado el párroco de Les Valls y por lo tanto diagnóstico santo.

 

Estamos agarrando la manía de culpar a todo lo que se nos ponga por delante para disimular nuestras propias deficiencias; la culpa de todo lo que no le va saliendo bien a algunos personajes eclesiásticos la tienen los otros, bien sea política, bien sea educación, bien sea procesiones, bien sea medios de comunicación para la feligresía, bien sean las nuevas tecnologías. Y puede que todo influya, no lo, pero lo cierto es que el mal está, o al menos hay que presumir que lo está, de puertas adentro.


Quienes fuimos monaguillos lo fuimos porque sí, sin carnet especial alguno, porque el cura del pueblo nos dijo, hala, a preparar el incensario, venga coloca las vinajeras en su sitio, enciende las velas, toca las últimas y cosas por el estilo; porque, la verdad, no era mucho más lo que hacíamos. Pero nos veíamos muy bien, muy orgullosos de ocupar ese lugar privilegiado al que no podían acercarse, sobre todo, las niñas.


Pues mira por donde, a falta de niños, niñas; eso es lo que propone el párroco. Yo pensé que a las niñas también les encanta la televisión, las consolas, los videojuegos, salir de viaje y prepararse un poquito más en sus quehaceres didácticos acudiendo a cursillos. Pero no, parece que esas enfermedades están vetadas para las niñas.


No sé para qué demonios sirve entonces la catequesis, las clases de religión, ni toda esa alharaca en forma de guerra despiadada que se ha venido montando. No es el gobierno quien tiene que enviar a la sacristía a los muchachos, son todos esos padres que tan masivamente anhelan la enseñanza religiosa para sus hijos. Son los párrocos quienes tienen que convencer, que ese es su trabajo, y no acusar. Son los evangelizadores quienes tienen que poner todo su prestigio a valer para que los muchachos, niños o niñas, se acerquen hasta el altar. Luego llegará el otro argumento: resulta que hay escasez de niños y niñas. Pues nada, habrá que convencer que haya más niños y niñas, porque sobre este particular tampoco sé de quien es la culpa.


Nos quedamos sin monaguillos y comenzará la hora de las monaguillas. Algo hemos ganado: que el sexo femenino pueda avanzar un poco más por las escaleras del altar, que hasta eso tenían vedado. ¡Cómo cambian los tiempos, y los argumentos!

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