Las saturciones

Autor: Adolfo Carreto   

 

 

Tengo que reconocerlo, esta noticia me ha traído muy buen sabor: el Tribunal Europeo ha condenado a España por su pasividad ante el jaleo nocturno.

     No soy de los que se oponen a que los muchachos y los jóvenes se diviertan, faltaría más. Ni siquiera de los que opinan que esas no son horas para estar fuera de la casa. Posiblemente no lo sean según mi concepción pero no todas mis concepciones pueden ser del buen ver de los demás. La noticia me alegra no solamente porque el gobierno español ha tenido que indemnizar a una ciudadana española, valencia, de nombre Pilar y de 56 años, quien ha sufrido a causa del jaleo nocturno de los otros la enfermedad del insomnio y serios problemas de salud, sino por lo que significa el respeto, no a la noche sino a quienes necesitamos la noche para descansar y no para salir a molestar al prójimo.

     Las movidas nocturnas se han convertido en la nueva onda de la diversión; pero sobre todo las movidas nocturnas con estruendo, un estruendo que arrecia a medida que el botellón baja o a medida que el éxtasis va haciendo su efecto. Las noches españolas de finales de semana se han convertido en un estruendo juvenil desproporcionado, en una saturación acústica. Y pareciera que esa enfermedad no tiene coto. Al menos eso es lo que piensa el Tribunal Europeo. La autoridad interviene solamente cuando hay sangre de por medio, es decir, cuando prácticamente ya no hay remedio.

     Pero no es esta la única saturación que padecemos hoy día la mayor parte de los ciudadanos; ruidos de día y de noche se nos meten por las ventanas de nuestras casas y por las ventanas de nuestra siques. Ruidos de guerras, ¡y vaya qué ruidos!, ruidos de estafas, ruidos de declaraciones de los políticos, ruidos también religiosos, ruidos terroristas, hasta ruidos preventivos nos atosigan. Pero no existe un tribunal, ni europeo ni de sitio alguno, que pueda dictar sentencia contra estos escalofriantes ruidos.

     O sea, que estamos a merced del ruido, pero de un ruido legal, de un ruido propiciado desde los poderes, de un ruido que no nos permite la libertad de serenarnos.

      Vivimos, hay que decirlo, la sociedad de la complacencia del ruido. Hemos llegado a pensar que sin ruido no podemos vivir, que sin ruido no seríamos hijos de este tiempo. Pues quizá sea verdad. Pero lo cierto es que el ruido, todo ruido, no nos deja dormir, ni física ni espiritualmente, y sin dormir tampoco se puede vivir. Si no, pregúntenselo a Pilar.

     Estamos saturados de ruidos y a punto de reventar.

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