Las fotos

Autor: Adolfo Carreto

 

 

     Diciembre nos puso de moda una palabra: tsunami. Una de esas palabras en desuso para la mayoría pero que ya nadie, jamás, olvidará. Una palabra que es agua marina empujada por un terremoto que asola. Una palabra que es desbandada de cuantos habían pagado para disfrutar una navidad soleada en playas de embrujo. Una palabra que pasará a la historia más cruel de todas las historias navideñas. Una palabra que no nos dejó brindar.
Todo pasa. Ya casi el tsunami es una palabra. Ya los primeros ímpetus de solidaridad están menguando. Ya las primeras oraciones desde el balcón del Vaticano han tenido que dirigirse hacia otras necesidades; por ejemplo, las de acción de gracias por la recuperación del Pontífice. El tsunami puede pasar tan rápidamente de moda como tan rápidamente llega otra moda, generalmente trágica y malhadada.
Pasó el estupor pero alguien ha querido dejar constancia de lo que jamás podrá pasar: el dolor. Los premios World Press Photo han concedido el primero a una gráfica que, a simple vista, no pareciera producto del tsunami. Una mujer postrada sobre un lodo ya reseco llorando desesperadamente a su familiar, allí, al lado, pero que el fotógrafo, muy sabiamente, no nos ha querido identificar más que su mano. Suficiente. La mano abierta de un muerto siempre es un argumento. Y para qué más. Con una mano muerta yace muerto todo el cuerpo. Pero ocurre que la mano del fallecido pareciera esperar por otra mano para una posible salvación de última hora.
No llegó a tiempo la mujer. Solamente le cabe arrastrarse sobre el lodo salado de un agua que no respetó. También la mujer extiende sus manos, abiertas, esperando que alguien deposite un hálito de vida sobre ellas. Esa que era su vida, que está a un palmo de ella misma, ya no es suficiente.
Están las marcas de las manos de la mujer, joven, sobre el lodo, como una rúbrica. Luego, inconscientemente las ha volteado hacia el cielo, teñidas en barro, como única herencia. Sobre el lodo el rostro. Es todo grito esa mujer. Es todo desolación. Grita miles de preguntas, infinidad de incomprensiones. Dentro de su cabeza no hay más que angustia, que es una soledad muy terrible y que no pasa. No tiene apuro en levantarse de allí. ¿Para qué? ¿Hacia dónde ir?
Se marchó el tsunami y ya no hay donde ir porque todo se lo llevó el agua. Su fue el tsunami y ya no hay para donde ir, porque con él se llevó todo lo que uno tenía, aunque fuera poco. Pero cuando se tiene poco y a uno se lo roban, se pierde más. 
Ahora solamente queda del maremoto una fotografía sin agua, y dentro de poco quizá ni eso siquiera. Vendrán nuevas tragedias y tendremos que acostumbrarnos a ellas. Vendrán nuevos fotógrafos para que, de vez en cuando, podamos recordar.
Esta fotografía me ha herido más que todas las imágenes vivas que contemplé cuando las olas iban y venían deshaciendo todo, porque entonces quedaba todavía la esperanza de que alguien quedara para contarlo. Viendo esta foto ya nada queda: un muerto de verdad, alargando su mano muerta, y una joven de verdad, muerta antes de tiempo y sin posibilidades de resurrección.

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