La pasarela

Autor: Adolfo Carreto

 

 

     Se me antoja que la moda está en la calle, no en la pasarela, pero la moda nada sería sin la pasarela. La moda tampoco está en la prenda sino en quien la luce, por eso no hay que fiarse mucho en la marca sino en quien la publicita. Naomi Campbell es la marca de sí misma que convierte en moda todo lo que se pone. Estos modistos de renombre poco renombre tendrían si no fuera por las mujeres que utilizan y las pasarelas por las que caminan. Esas creaciones son tan exclusivas que son minoritarias y no se pueden lucir ni diariamente ni en cualquier lugar. Es más, quien las luzca lo hará una sola vez, porque qué va a ser de ella, de su orgullo y del prestigio económico de quien le paga el atuendo si lo repitiera.

     París tiene su pasarela y Madrid también, y Roma, y cualquier ciudad que se precie. Las pasarelas son nocturnas porque la mayoría de las creaciones son nocturnas, para lucirlas de noche, es decir, para que las contemplen únicamente los predestinados a las fiestas; el resto nos contentamos con las fotografías que después aparecerán en la prensa.

     Las pasarelas son el camino hacia la inmortalidad de mujeres esbeltas que tienen que acomodar su cuerpo y su caminar al antojo del vestido o del desnudo, según la fantasía del creador y según el lote del dinero del comprador. Las pasarelas son una invención de todos los tiempos, pero en estos tiempos no hay estaciones, quiero decir, primavera, otoño verano e invierno sin pasarelas. Climatológicamente ya no existen las estaciones pero pasarelísticamente si. Hay que vestir y desvestir según el frío o el calor, porque eso dicen los cánones y eso dice la oferta, porque la demanda siempre es la misma.

     Yo no entiendo de pasarelas pero sí de quienes sobre ellas pasean, que son mujeres de ensueño que solamente se ven en las pasarelas. Es decir, que no son mujeres. Más bien son creaciones para noches de estación y de fantasía. Las mujeres reales trazan sus pasos por la pasarela diaria que va de su casa al trabajo, y en los ratos de ocio, a los que también tienen derecho, se pasean en las fiestas de su entorno o en las discotecas de sus posibilidades para lucir lo que tienen, no lo que se propone que tengan. Las mujeres reales caminan mas precipitadamente que las de las pasarelas irreales, que lucen un caminar tan desequilibrante que no aguantan un tropiezo. La mujer común está acostumbrado al tropiezo diario y necesita utilizar prendas para ese trajín, no para el lucimiento.

     Las pasarelas, las de parís y las de donde sean, son reiterativas. Siempre la Campbell de por medio, siempre Valentino y el kaiser Laparfeld, siempre la británica Naegelen, morena que luce todo lo que tiene que lucir, que es lo que le dice que luzca el creador. Hombros al desnudo o resaltados con plumas sedosas, pantalón que marca y gasas que transparentan. Pero lo que más me gusta de las pasarelas son las miradas de las modelos. Todavía no he podido adivinar a quienes miran. Miran hacia ninguna parte, que es hacia todas partes; sonríen a nadie en concreto para que cada quien piense que es el elegido. Se detienen ante nadie para que todos crean que se detienen ante él. Las mujeres de las pasarelas son tan enigmáticas como lo que se ponen.

     Yo quisiera un día cualquiera, sin previo aviso, toparme con una por la calle, para comprobar si es la misma de la pasarela. Porque se me antoja que no, que la pasarela es una irrealidad para personas irreales.

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