Magdalena

Autor: Adolfo Carreto

 

 

- ¿Dónde has encontrado a esta mujer, Doménico?
- En Magdala.
Miente Doménico Theotocópulos. Esta mujer ni se encuentra en Magdala ni en cualquier lugar terrestre. Esta mujer no es mujer sino la mujer. Esta es la resurrección femenina de todas las mujeres que han luchado por redimirse. Esta ya no es una mujer de carne y hueso porque tu pincel, Domenico se ha resistido. Ese rostro es el más bello con el que cualquier pintor se ha topado.
- Yo no me topé con ese rostro.
Cierto, con rostro así nadie puede toparse. Con miradas así nadie puede encontrarse. Esta mujer es de gasa inmaculada. Mira hacia el lugar donde sabe que se encuentra lo que busca, lo que no debió dejar. Mira hacia la altura y, aunque aparenta reposada, a ojos vistas está que desea remontarse hasta donde la mirada la empuja.
Todavía el ambiente esta impregnado de ese perfume espiritual que reposa, a medias, en el frasco de alabastro. No quiere desprenderse del perfume porque desde que lo aplicó ya no hay más que ese, siempre el mismo, siempre igual. Es un perfume que se ha hecho a si mismo una vez que ella lo frotó. Es un perfume que está por encima de todo, y también por debajo de todo. Es un perfume que nunca más podrá volver a crearse porque ya fue creado para que no se extinga.
¿De dónde has sacado a esta mujer, Doménico? Dices que de Magdala, y no. Yo la veo en sueños, porque es ahí donde perdura. Su belleza es intocable y la tersura de su piel igual. Algo muy especial debe haberle ocurrido a esta dama para que luzca como luce. Algo que ya nadie puede mancillar. Si anduvo por Magdala, en Magdala no se la encontrará. Si anduvo a mi lado, tampoco. En sueños sí. En sueños me hace llevar mi mirada hacia donde ella la dirige y veo un futuro lleno de luz, a pesar de que tú, Domenico, hayas querido todavía sombrearla con los nubarrones del fondo.
¡Mira qué cabellera! ¡Observa esas manos enlazadas sosteniéndose a si mismas! Pero, sobre todo, contempla su semblante. Esa mujer, María dices que se llama, es luz por donde la mires, es transparencia, es espíritu resucitado o en procura de ello. Esa es una mujer que desde hace tiempo ya no está donde está. Se encuentra donde se encuentra su mirada suplicante diciendo: ¡llévame, llévame!
- ¿Quisiste pintar, Domenico, a una mujer enamorada?
- Se pintó ella misma.
Es cierto, ella misma empujo tu mano para que empujara al pincel para que empujara a la luz y para que empujara hacia la eternidad. Es verdad, su espera es de tan a corto plazo que solamente espera con la mirada que le abran la puerta para penetrar. Es cierto:
Se trata de María, la de Magdala, la pecadora, eso dicen, todos los dicen menos Jesús, quien le tendió la mano porque en ella no vio el pecado que los demás veían. Y tu pincel tampoco lo ha visto, Doménico, porque si lo hubiera sospechado una hubiese podido dejarse arrastrar por esa luz que emana el cuerpo de maría, la de Magdala, la que ya tiene el camino trazado por toda la eternidad.

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