La Ultima Cena

Autor: Adolfo Carreto

 

 

Estoy con Giotto, el pintor, en la última cena, observando el comportamiento. Nada apreciamos irregular. Se trata más bien de una reunión de amigos que hablan entre sí unos y otros escuchan. Eso sí, se percibe que es una cena especial. Una mesa puesta con evidente solemnidad para un grupo de amigos que no tienen casa estable donde repostar, no es usual. Sin embargo, algo fuera de lo normal acaece en esta cena que aunque ellos no sepan todavía que se trata de la última reunidos todos, luego se percatarán del por qué de la reunión solemne.
Giotto me dice: vamos a ataviarlos como corresponde a las circunstancias. Es de noche y todavía hace fresco. De aquí tendrán que salir y lo que les espera no resultará fácil. Se trata de una noche larga y han de estar abrigados. Por eso, el pintor los viste con túnicos de colores cálidos, entre amarillos y rojizos. También puede ser que la luz de la estancia sea la que viste al pincel y no queda más alternativa que cubrirlos así; no obstante, Giotto quiere abrigarlos. La noche es larga y van a andar a la intemperie.
No hace calor, es cierto, pero tampoco frío. La primavera ya se inicia y fuera huele a sembradío estrenándose, a árboles con flores incipientes, a regatos con agua de nieve deshelada, a noche con estrellas que comienzan a despertarse desde el invierno negro, a caminos todavía no polvorientos, pues la crudeza de la sequía no hace que el polvo prospere. Por eso Giotto toma precauciones y quiere arroparlos con el pincel para que no tengan excusa.
Aquel es Juan, me dice. Y veo, en efecto, a Juan. Si se trata del preferido o no, no lo sabemos, pero el piensa que sí, y ahí está recostándose sobre el Maestro. Posiblemente tenga sueño. Es el más joven de todos, casi un muchacho. No sabe lo que le espera. No desea comer. Otros evidentemente si. Otros beben.
¿Qué más ves?, me pregunta Giotto. Yo no soy pintor y quienes no lo somos vemos mucho menos, pero algo me desconcierta. ¿Quién es aquel? ¿Cuál? El que tiene la mirada que no sabe dónde colocarla. ¿Y cómo sabes que lo he pintado con mirada que no sabe dónde colocarla, si se encuentra de espaldas a nosotros? No soy pintor y, sin embargo, lo percibo. Ya sé. Se trata de Judas. 
Giotto sonríe. Nada he descubierto. Me dice que he acertado porque es el único que se encuentra sin corona. Y yo me percato cuando el me percata. Es cierto, lo ha pintado sin corona.
Judas no tiene corona y él sabe por qué. Los otros, en aquel momento, no. Ni saben que ellos mismos están santificados por la corona transparente del pincel de Giotto. Atienden a lo que el Maestro les dice pero no están alterados. Nada saben de la noche que vendrá. Esas cosas no se anticipan. Por mucho que el Maestro los alerte, nada sospechan. Que hay peligro, si. Los fariseos han amenazado en repetidas ocasiones. Pero no creen se trate de un peligro radical. Ellos tampoco son de armas dejar. Pedro conserva espada. Algunos otros también. Si se enfrentan nos enfrentamos.
Dice el maestro que no es tiempo de enfrentamientos, que el camino que había que recorrer ya está resuelto y que únicamente queda el último trecho. Ahora, después de la cena, iremos a descansar. Iremos al huerto. Es un buen lugar, casi un escondite. ¿Quién va a perturbarles el sueño en el huerto? Por eso Giotto los ha ataviado con túnicas calientes, por si la noche refresca. Una noche al sereno puede tener inconvenientes.
¿Cada vez que comáis pan y bebáis vino os acordareis de mi? ¡Qué preguntas se le ocurren al maestro! Cada comida es pan y vino. Brindan. Brindan para que este momento, para que este sacramento de la común unión perdure. Brindan para que esta cena de última hora no sea la última. Continuaremos comiendo. Continuaremos bebiendo. Te lo prometemos, maestro.
Judas se levanta y le da un beso. ¡Que raro este Judas! No es muy dado a besuqueos y le da un beso. Puede que el Maestro le haya encomendado algún trabajo de última hora. ¡No tardes!, le dice el Maestro. Y los otros, sin saber lo que le dicen, también le dicen: ¡No tardes, Judas! ¡Lo que tienes que hacer, hazlo rápido! Ni siquiera ha levantado la mano y sale. El Maestro alza nuevamente la copa y brinda. Todos apuran el último trago.

.