La Crucifixión de Zurbaran

Autor: Adolfo Carreto

 

 

Me gustan, estéticamente hablando, colorísticamente hablando, las crucifixiones de los pinceles españoles. También espiritualmente hablando me gustan. Son crucifixiones sin espectáculo. Son Cristos pendientes de una cruz, y ya. Son la luz y las tinieblas en una sola estampa. No hay otro contexto más que el del protagonista. No hay otra razón de ser de esa crucifixión más que la que se ve. Ha sido un sacrificio aceptado desde siempre y ese es el único argumento.

Puede andar merodeando la tropa pero eso ni le interesa a Goya, ni a Velásquez, ni a Murillo, ni a El Greco ni a Zurbarán. Puede haber preparativos para la inmolación, pero ese no pareciera ser el caso para los pintores españoles. Las circunstancias sobran, como sobran los actores secundarios. Esta no es más que la historia entre el cielo y la tierra, entre Dios y la redención pautada, entre la promesa y su cumplimiento.

Esta crucifixión de Zurbarán me gusta por eso, porque es para arrodillarse ante ella, porque es para dejar de lado las distracciones, porque es para que cada quien, una vez postrado ante el Cristo sobre la cruz, entorne los ojos y vea más allá de lo que se ve.

Esos fondos oscuros, negros intensos casi, con leves e inofensivas penumbras para indicarnos que no son composiciones nebulosas, son para no distraer. La luz está en el lugar de donde mana, porque para eso se hizo la promesa: para que la luz sea el resplandor que permanecerá para siempre. Esos Cristos de los pintores españoles son completamente diferentes a los italianos. Yo diría que se trata de Cristos castellanos, aunque hayan sido pintados por artistas de todas las geografías ibéricas. Son castellanos por la serenidad, aunque el cuerpo ya esté con la cabeza inclinadamente muerta. Son Cristos para el recogimiento, para la meditación, para la pregunta. Son Cristos adustos, que quedarán así para siempre. Son como las cruces de los caminos castellanos, sin florituras, sin adornos innecesarios.

Los Cristos en la cruz de los pintores españoles no doblan las rodillas, permanecen con toda su entereza intocable. No se desgarran tampoco los brazos, porque esos brazos han de permanecer abiertos en cruz aunque no hubiera cruz que los sustentara. De hecho, las cruces de los pintores españoles para estos Cristos son casi imperceptibles. No es de la cruz de donde dimana la luz sino del cuerpo crucificado. La cruz continúa siendo un instrumento más, casi como una excusa para que se cumpliera la promesa.

Alguien tendrá que decir porque los pinceles de los pintores españoles se empeñan en representaciones así. Yo no lo sé, pero las prefiero.

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