La Agonía según Mantegna

Autor: Adolfo Carreto

 

 

Mantegna ha pintado un huerto de Getsemaní que no es huerto sino erial. Los olivos han desaparecido muy posiblemente por obra y gracia de la ciudad, que se ve ahí y cerquita, con sus rascacielos incluidos. El huerto de Getsemaní de Mantenga es un huerto moderno con árboles escasos y escuálidos, agotados antes de tiempo por obra y gracia de la desolación, vale decir, del progreso. El huerto de Getsemaní de mantenga son piedras con camino y escalinatas por la que cualquiera puede transitar sin más tropiezo que el que causa el no poder disfrutarlo.
No es de noche para Mantenga, así que ese sueño de los apóstoles, al recodo de unas rocas pulidas parece irracional. Al fondo se perfilen perfectamente los que al huerto se dirigen, puede que sean quienes vienen a cumplir la orden de prender al acusado, puede que sean quienes han oído del arresto y quieran presenciar el espectáculo. No es de noche y por ende los detalles pueden precisarse con mayor precisión.
Estos apóstoles que duermen es porque el cansancio los ha agotado no porque la hora sea la adecuada. O quizá duerman porque la merienda, que no podría hablarse de cena a estas horas que pinta el pincel de mantenga, se les ha atragantado. O el vino. Todo puede suceder. El maestro les ha dicho: descansen un rato, y ellos, se han echado en cualquier sitio, al borde del camino, y han cumplido la orden.
Mantenga pinta a Jesús en una especie de altar, escalinata incluida, como si Hollywood hubiese diseñado la escena para la filmación. Que no se escape detalle, que todo lo pueda captar la cámara sin mayores explicaciones. Cuando sean necesario los acercamientos, ya aparecerán los primeros planos. Ahora el primer plano inevitable es este sueño irracional de los amigos que Jesús que no piensan que todavía son horas para que la gente ande por esos caminos.

Jesús ha suido las escalinatas para no dormir porque no son horas para dormir. Unos ángeles han aparecido de improviso, que también pueden ser chiquillos que juguetearan por allí, y le muestran una cruz. Los muchachos son así, importunan cuando la ocasión se les presenta. ¿No quedábamos en que se trataba de un cáliz y que era solamente un ángel el encargado de tendérselo al Maestro? Pues no, muchachos, ángeles muchachos, y una cruz. ¡Esto es lo que te espera!, así le dicen los muchachos y Jesús, que no contempla sueño porque no es de noche, dice que ya lo sabe, que sí, que lo único que solicitaba era saber por que, pero que ya lo sabe y que si no es posible apartarse de esa cruz tendrá que tomarla y apurarla como se apura una copa de vino.
Lo del pincel de Mantegna es, para mí, ese sueño irracional y a destiempo, cuando todavía era hora de estar junto al amigo y continuar conversando de lo que habían conversado durante la merienda. Luz hay, así es que hasta que llegue la noche, tiempo sobra.
Y un cuervo, también eso ha querido pintar el pincel de Mantegna: cuervo en la última rama vacía del único árbol de un jardín que no es jardín y menos hacienda de aceitunas. Un cuervo que compite con la ciudad al fondo y que tiene su lugar en ese descampado que la municipalidad muy posiblemente convierta en jardín para que hasta allí se acerquen las familias con los chiquillos para huir de la altura de los rascacielos. Y en ese lugar, llámesele como se quiere, posiblemente cuando esté a punto se le pondrá por nombre El Jardín de los Olivos, continuará transcurrie3ndo la vida como si nada, adormiladamente, como hacen ahora los apóstoles, porque los jardines son para eso, para que en ellos pueda transcurrir la tranquilidad a deshora y la agonía a cada hora.
Así es que Mantegna nos ha pintado un huerto de los olivos renacentista con pinceladas de Hollywood y contradicciones de todos los tiempos. Por eso yo digo que cada pintor ve con su pincel lo que los demás no vemos.

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