El camino

Autor: Adolfo Carreto           

 

 

El camino del calvario hacia el lugar de la muerte, según Rafael, es un camino apelmazado de rostros que mandan, de rostros que obedecen, de rostros que suplican, de rostros que no terminan de comprender. Quienes dan las órdenes son soldados a quienes han dado la orden y ese camino ha de ser recorrido con el mínimo de tropiezos. Si el acusado tropieza, que se aúpe, y si las fuerzas flaquean siempre habrá algún curioso a quien se obligue a echarle una mano:
- Anda, tú, ayuda al reo que le flaqueen las piernas y ha de llegar vivo hasta arriba.
Así dijeron los soldados al de Cirene y así lo constata Rafael. Rafael es un pintor de realidades materiales, de rostros desencajados, de mujeres arrodilladas porque arrodillado esta el reo y no porque quiera orar sino porque las fuerzas no dan para más. Rafael pinta a un Cirineo decidido, tan decidido como los soldados que se lo ordenan. Este hombre tiene fuerzas y músculos para ayudar a quien sea. Muchas veces lo ha hecho, y si ahora tiene que ayudar a este condenado, razón de más. Aquí estoy yo, dice el pincel de Rafael que dice el Cirineo, para que el hombre no sucumba en el camino.
No sé para qué esa bandera que enarbola el soldado, pero toda bandera siempre es símbolo del poder que representa, y ese poder está en manos de los soldados. Quizá Poncio Pilato no se lo haya ordenado, pero da igual. Que quede constancia de que ellos, los soldados, son los encargados del orden y que no hay lloriqueo de mujer que ponga trabas en el camino.
Jesús mira a su madre. La madre le tiende los brazos. También la madre dice tener fuerzas para llevar esa cruz del hijo que ya lleva, pero los soldados prefieren al de Cirene, a ese hombre que pasaba por allí, dicen que por casualidad, pero presto a echar una mano.
El de Cirene ha oído hablar de este condenado. ¿Por qué lo quieren matar si dicen que solamente ha hecho bien? Pero los soldados carecen de semejante respuesta porque los soldados no están, nunca han estado, para aportar soluciones, para contestar preguntas, sino para cumplir ordenes, las que sean. ¡Tú calla y ayúdalo! Y el Cirineo que sí, que él ayuda, y más a este hombre que dicen que no hizo mal.
Los soldados no quieren que los curiosos se amontonen, pero no pueden evitar que los no curiosos, esas mujeres que son allegadas al reo, quieran tocarlo por última vez. Ellos no son insensibles. Se lo permiten. Eso sí, con cierto orden, sin retrasar el camino, porque es tarde y luego de la ejecución cada cual debe ir a su lugar: a la partida de dados, a escanciar vino en las tabernas, a refocilarse con mozas, o de nuevo al cuartel si es esa la orden. Soldado está para cumplir y lo que ahora les toca es conducir al reo hasta el lugar del ajusticiamiento. Cuando la orden haya sido cumplida, a lavarse las manos y cada cual a su lugar.
La caída de Jesús, según Rafael, no es tanto porque el reo carezca de fuerzas sino porque ha visto a su madre. La madre quiere ponerse en su lugar, como toda madre, y él insiste en que eso no puede ser:
- Madre, eso no puede ser.
Falta trecho todavía pero ya las caídas serán menores porque este hombre de Cirene ha echado una mano. Ha echado una mano y los soldados dicen:
- Vamos, adelante.

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