Ecce Homo

Autor: Adolfo Carreto           

 

 

¿A quién te diriges, Morales? ¿A quién quiere fotografiar tu pincel? ¿Qué vas a vender con esa gráfica? ¿Cuáles son tus compradores?
Ese dedo con el que apuntas al ajusticiado, no me gusta, Morales. Se ve a la larga que en su semblante no hay culpa ni posibilidad de que la haya. Podías haber elegido a alguno de los que con él van a llevar hasta el lugar de la ejecución de la condena, porque este condenado oficial no tiene semblante de morir en la cruz. Para el tormento de morir en la cruz hay que elegir a alguien que tenga arrestos para protestar, para insultar, para deshacerse, si puede, de sus verdugos, para enfrentarse hasta el último momento, para proclamar su inocencia con gritos. Y has elegido a alguien que solamente sabe proclamar su inocencia con esa mirada caída, aceptando lo que sabe que no se puede aceptar. Podías haber acudido a los bajos fondos y atrapar para que posara a uno de esos que se las saben todas, que jura y maldice, que patalea, que escupe, que insulta, que blasfema. Y sin embargo, Morales, tu pincel ha acudido a este cuerpo en el que no hay mácula.
El hombre que te has inventado para mostrárnoslo se nota que no es de la época, así que intuyo, pintor, que no has querido describirnos el acontecimiento tal cual sino las consecuencias. Ese acusador, o mostrador, como prefieras, con su gorra de cualquier época es, se me antoja, el acusador, o mostrador, de cualquier época. Y el mostrado también. Es la acusación contra la inocencia, que es intemporal, y que a ella acuden quienes carecen de otros recursos para deshacerse de quien no interesa. Así que, Morales, ya sé lo que tu pincel quiso decirme al anular todo el entorno: no hay más que un acusado intemporal y un acusador intemporal. No hay más que los dos extremos que no se pueden colocar sobre una balanza porque ya sabemos por donde se inclina siempre.
¿Maniatado? Pues sí. Todavía los latigazos de la flagelación no han hecho mella en sus espaldas, en sus muslos. Aún las espinas no se han hincado como se hincan las espinas cuando se las inventa para corona.
He ahí el hombre, nos dice tu pincel, y no nos queda más remedio que ver a todos los hombres que se encontraron se encuentran y se encontrarán en situación similar, que son miríadas y por los siglos de los siglos. Así es que nada ha cambiado. El poder ha dado sentencia y la ley dice que es imperativo cumplirla. Lo que venga después será otro cuento, pero tal y como nos presentas a este hombre, al que señalas con determinación, pareciera que el cuento ya está echado y para siempre.
Tienen los pintores y sus pinceles estas cosas: que nos muestran siempre más allá de lo que nos muestran. Y este pintor español no escatima silencio en torno a la escena para que nada se nos escape. Está dicho todo. El hombre está ahí y está acusado. La justicia tendrá que ser divina para poner las cosas en su sitio porque la humana, ya se sabe, parece que no da en el clavo. Pero sí, da con clavos, y dentro de poco, en las manos y las plantas de los pies de este hombre que seguirán doliendo en las plantas de los pies y en las manos de todos los hombres a los que hemos convertido en Ecce Homo.

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