Coronación de espinas

Autor: Adolfo Carreto           

 

 

Se trata de la saña. Dicen que hasta los condenados tienen derechos. Dicen que hasta a los presos hay que tratarlos con dignidad. Dicen que a los que van a morir hay que tratarlos, al menos, con un mínimo de delicadeza. Yo también se lo digo a Tiziano, y el pintor, excusándose, me muestra la combinación de colores en su paleta como diciéndome, los colores no dan para más.
Tiziano ha dejado libre a su pincel para que fuera rasgueando en cada trazo la saña. Esto no es una burla, es un ensañamiento. Esto no es un rito para la diversión de unos soldados que hasta es posible estuvieran ya hastiados de aquel juicio que ni les iba ni les venía. Si de entretenimiento se trata, los dados era uno, posiblemente el vino otro. Y los chistes, esos que nunca faltan cuando uno quiere que el tiempo pase sin tanto hastío.
La coronación de espinas fue un invento de última hora de unos soldados que también deseaban poner parte de su inquina en aquel espectáculo. ¿Por qué ser ellos menos que los demás?. Si Pilato se había lavado las manos por no creerlo culpable y, no obstante, había dado la orden, de ahí en adelante cualquier cosa estaba permitida.
Me cuenta Tiziano que los soldados también deseaban ser protagonistas en aquella historia. ¿No ves el empeño que ponen?. ¿No aprecias los palos sobre la cabeza? ¿No ves cómo se mofan de un rey? Atiende al detalle de mi pincel: el César, su efigie, está arriba. No hay más que el César. No hay más coronaciones que las que el Imperio permite. Así es que este rey va saber qué es la falsedad de hacerse pasar por lo que no se es. Que el César se entere de cómo son sus soldados. Ni siquiera a los locos puede permitírseles atribuirse las grandezas que únicamente pertenecen al César, a la autoridad. Así me cuenta Tiziano que le contó su pincel a medida que iba deletreando la saña de estos empleados del imperio.
Le caen a palos a Jesús sobre la cabeza. Esas espinas que han ideado como corona tienen que estar suficientemente clavadas para que el reo las luzca como el trofeo de su proclamación como rey. ¿No dices que eres rey? ¡Pues muéstrate como lo que eres!.
Me cuenta Tiziano que él no hubiese querido pintar esta estampa pero que su pincel lo urgía porque quería dejar constancia de cómo la saña es el arma de quienes se burlan de todo y por todo. Comenta Tiziano que de no haber dejado constancia de este suceso nunca se llegaría a comprender la incomprensión. Otros pintores han ideado esta escena bajo otra perspectiva, y se lo hago saber a Tiziano. El mismo, inclusive, se ha atrevido a menos violencia. Pero es que si a la violencia se la silencia cuando no tiene justificación, y jamás la tiene, se convierte en semilla para que se salga con las suyas. Tiziano me dice que ha pintado la violencia de los subalternos que quieren parecerse a sus jefes. Y para que conste, su pincel ha dejado al César en todo lo alto, para que no se le escape detalle.

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