Cena en Emaus

Autor: Adolfo Carreto           

 

 

Es mucho el trayecto que hemos recorrido juntos y no nos has dicho quién eras. Te has venido mofando de nosotros. Quienes se encuentran por los caminos y van hacia el mismo destino tienen que compartir la verdad, para no desconfiar unos de otros. Eso parece que están reclamando a Jesús estos tres hombres de Caravaggio, sentados ya en la mesa, con una buena cena que los espera.
La conversación durante el camino no podía ser otra que la del cotorreo. Todos, en Jerusalén y alrededores, hablaban de lo mismo. Cada quien daba su versión, es cierto, porque no el mismo acontecimiento tiene siempre los mismos puntos de mira. Eso ocurría entonces y ahora. ¿Qué te parece?. ¿Estás de acuerdo? ¿Por qué los jefes de los sacerdotes claudicaron ante el Imperio? ¿Somos más dependientes ahora que antes? ¿Habrá entendimiento entre los nuestros y Roma? ¿Por qué los celotes no intervinieron? ¿Es que no queda más remedio que plegarnos? Nosotros éramos seguidores del profeta de Nazaret y andamos ahora como en desbandada, sin saber qué camino tomar. Los más cercanos a él, inclusive, no supieron defenderlo. Ha llegado hasta nosotros que hasta el mismo Pedro sucumbió ante las mañas de una sirvienta. Pedro mintió. ¿Por qué? ¿A qué temía? Pues si eso hicieron Pedro y los demás ¿qué nos quedaba al resto?
Así comentaban durante el trayecto, y ahora, estos tres hombres molestos, terminan de descubrirlo. Esas maneras que tienes al repartir el pan son conocidas, esa forma de bendecir los alimentos también. Te pareces mucho a Jesús, al que terminan de matar. ¿Verdad que se parece al profeta?.
Lo miran. Sí tiene algunos rasgos, pero la muerte es lo que cuenta, y el nazareno termina de ser ajusticiado. Ellos lo han visto. Es verdad que desde la distancia, pero estuvieron presentes. Es verdad que luego se escondieron, pero lo que vieron fue la realidad, lo que no querían ver.
¿Eres pariente del nazareno, porque te pareces a él?. 
El Nazarena no se desconcierta. Son oportunas las preguntas. Sabe que su cuerpo no es igual que el de hace unos días. Las heridas, que serían su identidad, han desaparecido. Solamente le queda convencerlos por los gestos. Toma el pan. Lo parte. A cada cual le entrega el pedazo respectivo, según la costumbre. Le han dado la preferencia de presidir la mesa a pesar de que lucen de mayor edad. Algo habrán visto en él.
¿Siempre repartes el pan así?. Siempre. Y ante esas identidades nada se puede ocultar. Así es que eres tú. ¿Por qué no nos alertaste?. ¿Y si hubiésemos comentado durante el camino algo que no fuera lo correcto? ¿Qué hemos de hacer de ahora en adelante? ¿Comunicar que te hemos visto? ¿Piensas que nos creerán si tu te empeñas en no identificarte como eras? ¿O es que, en adelante, ya nada será como fue?
Así se quejan según muestra Caravaggio. Así son los pinceles de los artistas cuando se ponen a inventar los colores. Así es el testimonio que este pintor nos ha dejado de un camino y de una cena, que se tenga constancia la primera, después de aquella última cena. Y lo reconocieron solamente por la forma de dividir la hogaza y entregársela. Ya lo había advertido. Cada vez que tomen pan así recuerden como yo lo reparto. Eso no se puede ocultar.

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