El Expolio: El Greco

Autor: Adolfo Carreto 

 

 

Llamémoslo expolio, llamémoslo despojo, llamémoslo desprendimiento de sus vestiduras, llamémoslo como se quiera; pero es que, si no se nos dice, no acertamos a saberlo. Eso sí, queda claro que la vestidura de Jesús no solamente realza por su color rojizo, sino que no está desprendida. Ni lo estará. El Greco no es pintor de violencias, eso queda claro, y cuando hay que insinuarlas se insinúan con dignidad. Cuerpos desnudos tiene el Greco a montones. Casi todos los cuerpos espirituales de este pintor están vestidos en su desnudez, porque es lo único que parece cuadrar mejor a quien se ha desprendido de toda impureza carnal.
No podía dejar pasar por alto esta estampa de El Greco. Es de las que más me atraen, aunque a la hora de elegir no me atrevería a descartar. Pero siempre, desde la primera vez que me topé con el cuadro, este color púrpura chillón de la túnica o manto de Jesús me atrajo. Se trata, qué duda cabe, de lo importante de la escena y todos cuantos en la escena están lo están precisamente por ese manto que va a ser desprendido, a pesar de que el pincel de El Greco no se atreve.
- ¿Es verdad, Doménico, que te lo encargaron para la sacristía de la catedral toledana?
- Es cierto.
Era casi primerizo el Greco cuando le encargaron esta escena, eso dicen, y no obstante se la encargaron. Estos encargos, en aquella época, contaban con el prestigio del artista. No se encarga lo trascendente a cualquier pintor si no hay aval de por medio. Así es que quien se lo encargó ya había puesto los ojos en los trazos del pincel de El Greco.
Se lo encargaron para la sacristía. Las sacristías, en aquellos tiempos y en aquellas catedrales, eran lugares privilegiados. La de Toledo es, quizá, de las que más. En la sacristía, entre otras cosas, era donde se vestían litúrgicamente, y también litúrgicamente se desvestían, los prelados para oficiar las ceremonias. Era todo un rito en aquella época, ahora quizá no tanto. Era un lugar semi sagrado, aunque a veces se utilizara para cosas menos sagradas. En la sacristía permanecían, y todavía permanecen, además de cuadros de pintores de renombre, casullas, amitos, capas pluviales, estolas bordadas por manos para bordar los ornamentos sacros, los cuales se convertían en auténticas obras de arte. Hoy día, aunque estén en desuso litúrgico, permanecen para ser admiradas. Pues para este lugar encargaron a El Greco el expolio, es decir, el despojar a Jesús de sus vestiduras, lo que no deja de ser simbólico.
Tiene en su haber, además, este cuadro, elementos no menos simbólicos: los personajes que rodean a Jesús y que esperan el momento cumbre del rasgamiento de la túnica. Dicen que ese soldado que aparece a la derecha es un centurión romano, aunque su atuendo corresponda al de la época del encargo, es decir, un soldado de entonces, un soldado de todos los tiempos. Y también están las santas mujeres, en primer plano, sin atreverse a mirar a Jesús, quizá para no contemplarlo desnudo. Y la muchedumbre al fondo. Como toda muchedumbre que se precie para contemplar espectáculos así, con caras grotescas, de pocos amigos, azuzando a quienes deben de impartir la orden. Las lanzas, desde atrás, empujan. Todo es abigarramiento humano. No existe la naturaleza. Lo natural es el amontonamiento, como si la sacristía se hubiese llenado y no cupiera un alma más.
Es éste uno de los pocos cuadros en los cuales el pincel de El Greco no se ha aventurado por esos dos estados que le fascinan: el de arriba y el de abajo, el de lo celestial y el de lo terreno. Aquí es Cristo y su manto rojo el centro de toda atención. Está a punto de que se lo quiten, pero el pincel de El Greco no va a permitirlo

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