Noli me tangere: Tiziano

Autor: Adolfo Carreto 

 

 

El más espiritual de los pintores que se han acercado a esta escena es, sin duda, fra Angélico. No podía ser de otra manera. Fra Angélico se separa un poco de la realidad física para anclarse en la realidad no se si teológica pero sí, al menos, espiritual. Pintores como Corregio, como Alonso Cano o como Tiziano han puesto más énfasis en la literalidad, si se quiere, en la lógica. Pareciera que estos tres últimos pintores están más de acuerdo con el reproche del “no me toques” que con la teología del “no puedes tocarme, porque este cuerpo que tengo ya no es el que era, se trata de un cuerpo salido del sepulcro”. Eso es lo que nos cuenta el pintor dominico, Fra Angélico. No obstante he seguido los pasos de Tiziano para recorrer este camino de la mujer que busca al amigo que se ha ido y que no se resiste a que se le escape.
Jesús luce prácticamente desnudo, como corresponde a quien ha salido, sin ayuda previa, del encierro del sepulcro. Lo cubre únicamente lo que tiene que cubrirlo: una sábana blanca. Lo cual implica que ha tenido tiempo para desprenderse de todo atuendo funeral y mortuorio que era, y continúa siendo habitual. Un cuerpo, eso sí, que continúa siendo el que era, perfectamente reconocible, de ahí esta mujer, María, con impulso inevitable para acercársele.
- No me toques, María.
- ¿Por qué? –pregunto a Tiziano.
Jesús está prácticamente desnudo y eso parece ser una razón. Fra Angélico, más religioso, se ha atrevido a vestirlo con manto blanco, de auténtico resucitado, como si por él no hubiera pasado el encierro. Tiziano no. Este pintor desea mostrarlo tal cual, porque así, inclusive, es mucho más reconocible, más de carne y hueso. Más todavía, así podemos apreciar que los tormentos pasados no parecen haber dejado huella en sus carnes. La corona de espinas quedó enterrada. En el costado no aparece la cicatriz. Solamente un pie parece dejar constancia de que allí hubo un clavo, pero no parece ser ese detalle sumamente significativo.
Si el Maestro dice a María que no lo toque puede quedar todavía la sospecha de que aquel cuerpo no es el cuerpo sino solamente una visión. Esa duda la presentará más contundentemente dentro de poco Santo Tomás, cuando el maestro vaya mostrándose a sus amigos, y diga:
- Soy yo, no teman.
Ocurre, es verdad, que el caso de esta María, la que sea, Magdalena u otra, no es el caso de Tomás. Tomás actuó más por lógica. La mujer, como es de suponer, actúa más por intuición, por cariño desmesurado inclusive. María quiere tocarlo, pero no porque dude sino simplemente porque quiere tocarlo. Y ese es argumento más que suficiente.
Jesús le dice que no, y sus razones tiene. Pero, aunque no quiera que le toque y se aparte levemente de la intención de ella, queda constancia de que María no duda:
- Aunque no lo haya tocado, es El, eso no hay quien lo desmienta.
Y en casos así, no hay mujer que se equivoque.

.