El ascenso, El descenso

Autor: Adolfo Carreto 

 

 

   Existen dos momentos terriblemente trágicos en el episodio de la crucifixión, momentos a los que casi todos los pintores han prestado sus pinceles: se trata del alzamiento de la cruz, en un caso, y del descenso del crucificado en el otro. En el primero, Jesús todavía con vida, pero ya con todo el rigor de un cuerpo crucificado; en el segundo, Jesús ya fallecido.
No sé cual de ambos momentos es más dramático: para el reo, evidentemente el primero; el segundo lo sufren más quienes vieron que ya falleció y que únicamente esperan a desprenderlo del lugar del tormento y colocarlo donde debe reposar con dignidad: en el sepulcro.
Me impresiona este descendimiento de Rembrant. Se trata de un juego cromático entre luz y oscuridad. Y, precisamente, la luz apelmaza el pincel en el cuerpo donde pareciera que la oscuridad ya reina. Quienes permanecen abajo, esperando, que son los más allegados, quedan casi relegados, sin duda por la inevitable desilusión. Rembrant, no obstante, ha dado un rasgo de claridad pictórico al rostro de la Virgen, a un lado, sostenida por sus compañeras, consolándola de un consuelo casi imposible. El resto de quienes se han quedado en el lugar para ejercer el sagrado ejercicio de hacerse con el cuerpo para que no quede al capricho de la soledad de la noche, para que no permanezca a la intemperie, para que las aves de rapiña no mancillen el cuerpo, han quedado en la penumbra.
Rembrant me asombra con el resplandor del cuerpo de Jesús, evidentemente muerto, pero pictóricamente lleno de luz. Lo que no deja de ser un símbolo para la esperanza. Quiere decir que el pincel entiende lo que quienes esperan bajo el leño todavía no entienden. Quiere decir que este ajusticiado conserva un cuerpo para no desaparecer. La luz está dándole una vida, posiblemente una vida nueva, que los de abajo todavía no sospechan. Tengo la impresión de que la pretensión de Rembrant es prepararnos para un momento que está por llegar, aunque no lo entendamos. Sospecho que Rembrant intenta decirlos que esa luz que la crucifixión no ha podido anular es la que, dentro de poco, saldrá radiante y, gracias a ella, comenzaremos a ver lo que ahora todavía no presumimos.
Intuyo que el pincel de Rembrant está hablándonos ya de la resurrección, al menos de la posibilidad de ella. 
Intentan bajarlo con cuidado, para no hacerle más daño del que ya le han hecho. No solamente es el respeto a la muerte sino también el respeto a la vida.
Rembrant en este cuadro es misterioso, pero es que no cabe más remedio. Antes, quienes se ocupaban en alzar la cruz, lo hacían con desenfado, casi con rabia, sin importarles que quien allí estaba ya crucificado, conservara aún hálitos de vida. No les importaba el que no había pronunciado esa última palabra, la que dijo:
- Abba, en tus manos encomiendo mi espíritu.
Únicamente deseaban terminar cuanto antes, porque su trabajo era ese, según la orden de Pilatos: que luzca la inscripción de quien es: el rey que no quieren los judíos y, por no quererlo, lo crucifican. Anécdota que a los soldados ni les iba ni les venía.
Ahora, Rembrant se empeña en descenderlo desprendiendo de él la luz que casi nadie ve, porque abajo están más ocupados en el dolor de ahora que en la claridad que vendrá dentro de no tanto. Es lo que me gusta de este cuadro de Rembrant, que no ha querido separar los momentos, aunque los espectadores no nos demos cuenta.

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