La Resurrección: El Greco

Autor: Adolfo Carreto 

 

 

   Es, sencillamente, majestuosa. Esta resurrección de El Greco no es una resurrección física, se trata del triunfo total de la vida sobre la muerte, se trata de la derrota de lo que no tiene cabida para la gloria, se trata del desmentido a la violencia de todos los tiempos, se trata del famoso dicho de que no hay mal que por bien no venga.
Estamos sentados en ese pináculo de Toledo que es todo Toledo, el Tajo al fondo, dejando discurrir el agua de todos los tiempos, arropados por un atardecer toledano de primavera, ese atardecer que ha quedado eternizado en tantos y tantos lienzos del pintor.
- ¿Siempre miras al horizonte para pintar? –le pregunto.
- Siempre miro al cielo.
Y, no obstante, pareciera que no, porque su mirada se fija más en un horizonte interior que en ese atardecer blanquiazul, gaseoso, que nos roza. Pero El Greco no me engaña: efectivamente, su horizonte es otro, y cuando pinta como recurso el horizonte de fuera es porque lo atrae el de dentro. El Greco tiene el cielo incrustado en el cielo de su pincel, y de ese estado no hay quien lo saque.
- ¿Por qué has pintado al resucitado así?
- ¿Cómo?
- Venciendo a todo lo material.
- Porque no hay más resurrección que esa.
El pincel de este griego toledano alza a Jesús hacia ese cielo perfectamente definido por el color que va abriendo la luz. Es un Cristo victorioso, aunque no prepotente. Es un Cristo que se alza, sin apremio alguno, sobre ese lugar del que el cuerpo de algunos mortales no saben desprenderse. Es el ascenso arropado por unos colores que carecen de peso, que son, de igual manera, colores ascendentes, colores que ya no pueden mezclarse con los colores de la materialidad terrestre. Son colores igualmente resucitados.
Mientras, los que quedan abajo porque no saben ascender, se retuercen en su empeño; algunos se asombran, como ese espectador que sí cree en el misterio pero para quien todavía no ha llegado su hora.
- Otros pintores son más realistas –le digo-, se ciñen más al contexto histórico.
El Greco alza la mirada para que la corriente del Tajo no se la lleve y la aúpa hasta ese atardecer como si sobre tal lienzo comenzara a pintar la resurrección que lleva dentro. Y lo hace, porque alarga la mano, y aunque no hay pincel entre sus dedos, va delineando en el soporte de esas nubes de inmaculada inmaterialidad la figura de Jesús camino hacia su cielo. Lo veo cómo traza los trazos. Lo veo cómo perfila el detalle de esas gasas que ni siquiera se empeñan en arropar al cuerpo glorioso del resucitado. Lo veo pintando, desde lo profundo del acantilado por el que discurre el río, a todo lo que puede ascender.
- ¿Qué más realidad quieres? –me pregunta.
Tengo que admitir, viendo lo que estoy viendo, que no hay más realidad que esa resurrección que deja patente la caducidad de los cuerpos que no quiere ascender y la permanencia y frescura primaveral de ese cuerpo del crucificado que es lo único definitivo.
- ¿Por qué siempre pintas teología? –me empeño en preguntarle.
El, que posee un pincel y una paleta teológicos, sonríe. Y me ofrece la única respuesta que tiene:
- Porque es la realidad que me interesa.

.