La enfermedad de los Cardenales o la salud del Papa

Autor: Adolfo Carreto

 

 

     Parece que no es la edad lo más peligroso a la hora de elegir Papa. Hay que hacer pasar a los  cardenales elegibles por una especie de radiografía vaticana, que no es lo mismo que celestial, para que el votante estampe el nombre que realmente cuadra. Es decir, el diagnóstico no solamente es necesario a la hora de elegir sino imprescindible. El Espíritu Santo iluminará a su manera, pero los señores cardenales deciden según su personal diagnóstico.

     Dicen que la más sería enfermedad para que el Espíritu Santo no estampe su firma es la del progresismo. O sea, que en los pasillos del cónclave, los cardenales se miran de reojo, y sí alguien pretende llegar a papa tendrá que disimular, camuflar o empequeñecer alguna de esas posibles debilidades progresistas. Que tampoco son tantos los que la padecen, para ser honestos. Ya se encargó Juan Pablo II de nombrar a los sanos para que la sucesión no pudiera contaminarse. No lo digo yo. Dicen que lo ha dicho un monseñor con muchos años de experiencia en los susurros vaticanos de pasillo: “Lo peor que le puede pasar en estos momentos a un papable es que se le tilde de progresista o que se le descubra alguna enfermedad”. Así que todos deberán portar el certificado de la salud correspondiente: del cuerpo por un lado y del alma por otro, y el progresismo es una aparente enfermedad del alma, según la doctrina para la sucesión, o los anteriores nombramientos para los posibles sucesores.

     Pues vamos  aviados. No creo yo que la iglesia, en estos momentos, tenga que rechazar oficialmente, aunque camufladamente, a un mundo que es como es, a pesar inclusive de la iglesia. No creo que deba, ni pueda, dar a espalda a lo evidente. No creo que pueda menospreciar una vez más ni a la ciencia ni a sus consecuencias. No creo que los conflictos se resuelvan sin el consenso. No creo que los dogmatismos trasnochados vuelvan a ser la novedosa teología para un mundo que avanzará, lo queramos o no, sin esa teología.

    Vendrá el nuevo Papa, porque vendrá, y hasta es posible que el Espíritu Santo les haga una mala jugada a los cardenales. Pero no les probable. El Espíritu sopla donde quiere y cuando quiere, pero hay oídos que se cierran a ese soplo. Y contra la sordera, no hay posibilidad. Vendrá el nuevo Papa y comenzaremos a hurgar en sus antecedentes, posiblemente a marcarle un camino que no es el camino que él pretende. Vendrá el nuevo Papa y es, una vez que esté aposentado, cuando el Espíritu Santo tendrá que actuar a su manera. Porque si nos dejamos llevar por los diagnósticos el estilo de Juan Pablo II, no el folclórico sino el otro, seguirá marcando huella.

     El asunto es que solamente votan ciento y algo de los creyentes, y personalidades no elegidas por los creyentes sino puestas a dedo por quien tenía autoridad para ello. Y es mucho suponer que esos ciento y algo de cardenales sean representativos de la mayoría de los creyentes. No estoy hablando de elecciones políticas, que sé que no es de eso de lo que se trata. Estoy hablando del sucesor para apostillar la creencia de la mayoría, que sí es de lo que se trata.

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