Teresa, la castellana (15 de octubre)

Autor: Adolfo Carreto

 

 

Si no hubiera habido más mujeres castellanas en Castilla que ésta, sería suficiente, pero las hubo, las hay, a raudales. Teresa es de Ávila y Ávila es de Teresa, o si me lo permiten, Ávila es Teresa. Camino por los pueblos de Castilla, por los de Ávila sobre todo, contemplo el semblante de los mujeres y es teresa de Jesús la que me viene a mente. Quizá esta mujer se ha reencarnado en todas las castellanas de todos los tiempos, aún inclusive de los tiempos antes de ella, y ahí están, para confirmarlo.
Hay quien asegura que Teresa de Ávila nació santa, y les mentira. Tuvo que andar su camino para lograrlo y, además, sin que ella lo sospechara, que es cuando uno va acercándose a eso que llaman santidad, a eso que llaman más o menos perfección. Quiso ser mártir siendo niña, lo cual no es ninguna garantía, sobre todo cuando se envicia uno en la lectura de vidas de santos a imitar. Quiso ser mártir y se aventuró a que los moros la decapitaran, pero su osadía, arropada por la imaginación de su hermano Rodrigo, no cruzó ni siquiera el Adaja para cruzar el puente que la empujaba hacia la ciudad. Se quedó, dicen, en los Cuatro Postes, ese mirador abulense para contemplar la ciudad sin atravesar el río.
Lo que me asombra de esta mujer es su temple, su temperamento, su estar siempre en el lugar apropiado, bien fuera entre pucheros, entre los que también se encuentra Dios, o arrebatada místicamente. Aunque dice que las novelas de caballería terminaron llevándola por la mala vida, que siempre es un decir, sospecho que teresa de Ávila es de la misma catadura que Don Quijote, obnubilado por la creencia. Son gigantes los molinos de viento porque sí, y son ejércitos los rebaños de merinas porque también.
Mujer penitente, mujer creadora, mujer cazadora, mujer cultivadora, mujer inventiva, mujer corredora de caminos, mujer de pluma fácil, de pluma difícil porque no es nada fácil cuando una pluma se aventura a plasmar las experiencias místicas, sobre todo si de experiencias amorosas se trata. ¿Quién puede escribir por ejemplo: Vivo sin vivir en mí, y tan alta vida espero que muero porque no muero, que no sea ella, una persona enamorada del único amor posible? ¡O imposible!.
Teresa, como siempre, es una revolucionaria en su tiempo sobre las cosas religiosas, las más complicadas a la hora de revolucionar. Los conventos no le parecían tales, y las manías en ellos acostumbradas, menos. De ahí que se dio a la tarea de hacer de los monasterios algo que mereciera la pena. Si teresa de Ávila no hubiese sido castellana tendría que inventarse Castilla para que lo fuera. Es lo que ocurre con esta tierra, que de ella nacemos y no nos queda más remedio que ser eso a lo que ella nos empujar. Diferencias entre El Cid, o Don Quijote o Teresa de Jesús hay que anotarlas siempre con suspicacia.
Guardo gran admiración por esta castellana de Ávila sobre todo por ser andariega, por regar su empuje a diestra y siniestra, por hacer de la vida algo que mereciera la pena. Las noches oscuras, haylas, pero también los esplendores de la visión. Ocurrencias incomprendidas, muchas, y trabas para llevarlas a cabo incontables. Solamente el tiempo da la razón a quien la tiene y no la autoridad.
Me quedo con la Teresa escritora porque de su lírica aflora un mundo de amor que no resulta sencillo adivinar. Me quedo con esta castellana de a pie, doctora posterior de la iglesia sin que la universidad le concediera título. Me quedo con la castellana de Ávila por ser del mismo temple de sus murallas y por haber logrado que esas calles estrechas se convirtieran en anchura. Me quedo con esta Teresa porque todavía logra verla en los rostros de estas mujeres con empuje que no pueden ser de otra manera.