Quintín, el testarudo (31 de octubre)

Autor: Adolfo Carreto

 

 

No sabemos cómo se convirtió al cristianismo pero sí sabemos que presumía, se ufanaba, de ser cristiano, de ser amigo del Papa, y no tanto de ser hijo de senador. Era Quintín, según dicen, un joven presuntuoso, de esos que andan por la calle proclamando a troche y moche y verdad. Y su obsesión no era otra que la que todos los romanos creyeren en lo que él creía: en la doctrina de Jesucristo.
No parecía que esta altanería lo asustara. Posiblemente se sentía protegido por su ascendencia, porque tampoco era común que un hijo de senador fuera considerado persona peligrosa. Ni siquiera sabemos qué conversaciones tenía con su padre, si intentó o no convencerlo para convertirse al cristianismo. Puede que lo intentara. Pero su padre, senador al fin, siguió en sus trece. Tampoco, al parecer, hacía lo suficiente para que su hijo siguiera sus pasos. Educación sí. Consejos, me imagino que también. Pero presiones, no aparecen.
El papa se aprovechó de la fogosidad de aquel hijo de senador y lo envió a evangelizar a Francia, concretamente a la ciudad de Amiens. Y allí hizo de las suyas. Hábil como era, explotó al máximo sus habilidades. Curaba a cuanto enfermo se le presentaba, fuera la dolencia que fuera. Ayudaba a cuanto menesteroso le pedía ayuda, y a quien no se la pedía, también. Cuando lo veían lo señalaban con el dedo: ese es. Ese es el predicador, ese es el curandero, ese es el que remedia las necesidades. Ese es.
Y, efectivamente, ese era. Y cuentan que las gentes de Amiens fueron desligándose de los templos paganos para acudir a los templos cristianos, principalmente a los que frecuentaba esta tal Quintín que, para más detalle, era hijo de senador. Y eso todos lo sabían.
Hasta que las autoridades se vieron obligadas a actuar:
- Pero Quintín, cómo es posible que siendo hijo de senador, y de un senador tan honorable, tan querido en el imperio como es tu padre, andes predicando a un dios distinto del nuestro.
- No hay más que un Dios verdadero.
- ¡Déjate de tonterías!
No eran tonterías. Dijo que no y que no. Y lo de siempre. Primero los halagos. Luego la cárcel, después esa primera liberación de las cadenas, unos dicen que con consentimiento de las autoridades, posiblemente por ser Quintín hijo de senador, y otros dicen que por milagro, pues las cadenas se desprendieron de sus muñecas y Quintín retornó a las calles para seguir predicando lo de siempre, ante el asombro de quienes ya lo conocían, y quienes, también muy posiblemente, lanzaron el rumor del milagro de la liberación de las cadenas.
No hubo forma. De nada sirvieron los consejos de la autoridad. Hasta que a la autoridad no le quedó más remedio pues cada vez crecían los seguidores de ese Jesús de Nazaret no aceptado como Dios por el Imperio.
- Te van a cortar la cabeza, Quintín, si no te callas.
- No me callaré.
Y le cortaron la cabeza.