Botero contra la tortura

Autor: Adolfo Carreto

 

 

     No, no ha intentado hacer arte de la tortura, pues difícilmente la tortura puede convertirse en arte, al menos esta degradante tortura de la que nos informa el pincel del colombiano Fernando Botero. Aunque todo pincel excelente termina siendo beneficiosa con lo que colorea. Recuerdo a este respecto a nuestro genial Francisco de Goya con su espectacular y terrorífica serie sobre Los horrores de la guerra. Así que de exaltación pictórica de la tortura, nada. Sí, y mucho, de denuncia de los hechos gracias al pincel.

     Tengo que confesar que Botero me cautivó desde la primera vez. Es de esos artistas que, al toparte con ellas, te marca la retina y el sentimiento. Y hasta el estilo. Resultan inconfundibles, inimitables, únicos. No pertenecen a escuela alguna. La escuela son ellos. Un cuadro de Dalí es Dalí por los cuatro costados, y no puede ser otro. Igual que uno de El Greco o de Goya. Botero ha logrado estilo propio en forma y contenido, en colorido y composición. Son cuerpos que se ven totalmente, por los cuatro costados carnales, sin exageración, aunque parecieran cuerpos exagerados, abundantes, explosivos. Son cuerpos, desnudos incluidos, que no ofenden sino que testimonian su propio ser.

     Botero ha dejado libre al pincel para denunciar las atrocidades cometidas por los soldados estadounidenses en la terrorífica cárcel Iraki de Abu Graib, la cual pasará a la historia de la degradación humana como pasaron los campos de concentración nazis. No hay que explicar más: aquellas gráficas difundidas por la prensa estadounidense primero, y mundial después, sobre las torturas y vejaciones cometidas contra hombres y mujeres por los soldados del ejército para la liberación de Irak, quiero decir, por los soldados de Bus.

     He visto las reproducciones de esta muestra pictórica de Botero sobre el particular, y nada que añadir. Sólo que el pincel del artista siempre perfila mejor la iniquidad que la cámara fotográfica. 50 testimonios, en total, que el pintor se ha negado a comercializar, pues eso de comercializar la tortura es ya demasiada desfachatez artística. Exhibirlos, sí: para eso es el testimonio.

     Dice que pintó la serie “por la ira que sentí y sintió el mundo entero por este crimen cometido por el país que se presenta como modelo de compasión, de justicia y de civilización”. Un crimen impune, pues no hay quien se atreva a poner el cascabel al gato, y si no que le pregunten a Zapatero.

     Pero ya Botero ha tomado la palabra de la mano de su pincel y ha inmortalizado la denuncia. Es una forma de condenar eternamente la injusticia que no se condena en el momento justo. Sigo recordando a Goya en esas estampas macabras de los fusilamientos indiscriminados y de otras tropelías cuando los horrores de aquella guerra que se dio en nuestra geografía y gracias a Goya sigo condenándola, aunque haya pasado el tiempo. Que es lo que está haciendo Botero con su pincel: que el futuro no perdone las atrocidades que nos ha deparado este presente bajo la excusa de la libertad, y bajo el argumento de la guerra preventiva.

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