Judas y Simón, la pareja (28 de octubre)

Autor: Adolfo Carreto

 

 

Ni este Judas es el malo, el que traicionó, el que se colgó de una encina luego de haber presenciado el desastre, ni este Simón es la piedra, el sucesor, el aguerrido pescador, el que negó a Jesús ante la criada. No son, por lo tanto, ni Judas Iscariote ni Simón Pedro. Son Judas Tadeo y Simón, a secas.
Dos apóstoles que prácticamente pasan desapercibidos por los escritores de los Evangelios. Pudiéramos decir que dos personajes del montón, sin pena ni gloria, sin manifestaciones excesivas, sin protagonismo. Andaban con el resto del grupo, andaban escuchando, aprendiendo y protegiendo al profeta. Andaban cumpliendo con su oficio, el que fuera, pues todos en aquel grupo de los doce más Jesús tenían algo que hacer. Y lo hicieron calladamente, sin estridencias, hormiguitas al fin.
Así les que hay que echar mano de la tradición para saber qué fue de estos dos apóstoles, sobre todo luego de que cada cual tuvo que transitar su propio camino. Y eso sí, se cuenta que anduvieron juntos, otra vez juntos, otra vez de acá para allá prácticamente sin que se supiera. Al menos de Judas ha quedado constancia de que era escritor, y dejó de puño y letra una de las cartas famosas que integran los escritos del nuevo testamento. Es verdad que se trata de una carta pequeñita, porque en eso de escribir cartas nadie le quita la iniciativa a Pablo.
Dicen los especialistas que esta pequeña carta es de corte antiguo, poco literaria, en nada semejante a la pluma de Pablo. Es una carta surgida por la necesidad del momento, casi por la desesperación del apóstol, quien dice que se ve obligado a hacerlo “porque se han deslizado entre ustedes ciertos hombres a los que Dios, de antemano, reserva su condenación; son impíos que hacen de la gracia de nuestro Dios un pretexto para su libertinaje y niegan a nuestro único Dueño y Señor, Cristo Jesús”.
Quiere decir que no andaban bien las cosas de la fe y de la predicación ya en aquellos primeros años. Quiere decir que los intrusos ya se habían hecho camino. Quiere decir que las divisiones tocaban ya a la puerta. Y quizá por eso se explique el tono apocalíptico del escritor al condenar sin más preámbulos: “ciertos hombres a los que Dios, de antemano, reserva su condenación”.
Pues bien, este escritor de ocasión puntual, este apóstol casi desapercibido ha pasado a ser uno de los más populares en eso de solicitarle favores. Lo han bautizado como el de las causas imposibles, y parece que sí, que por ahí va el asunto, pues lo que se le ruega a este Judas, a este San Judas, es empleo, casa, milagros contantes y sonantes que no deberían pedirse, pues tales milagros les corresponde hacerlos a los gobernantes. Pero, a falta de pan, buenas son tortas.
Ambos, Judas y Simón, caminando a la par, predicando a la par, a la par los mataron. A Judas asestándole golpes sobre la cabeza para luego, con un hacha, terminar cortándosela. A Simón con una sierra, partiéndole el cuerpo en dos. Realmente no hay constancia de estas formas de martirio, pero la tradición oral así lo relata y no hay por qué no creerla.