Paulina, la misionera (26 de octubre)

Autor: Adolfo Carreto

 

 

Trabajaba mucho, con trabajo de sueldo, con trabajo de horario, con trabajo sin descanso en aquel siglo XIX cuando el trabajador no tenía los derechos que ahora tiene. Trabajaba mucho y, muchacha al fin, llegaba cansada.
- ¿Llega usted cansada, señorita?
- Un poco.
Todas las muchachas trabajadoras, cuando llegan, lo dicen así. También mi hija lo decía:
- Tienes cara de cansada, hija.
- El trabajo, papá.
Pero todavía le quedaban fuerzas para preguntar. Y me preguntó, por ejemplo:
- ¿Por qué hay tantas religiones si no hay más que un dios?
Me las veía y me las deseaba. Mi hija siempre fue preguntona, y antes de nacer ya le escribí un libro intentando preguntar a todas las preguntas que luego me hizo. Algunas de ellas todavía no he logrado responderle, pero presumo que ya las ha entendido.
Paulina, natural de Lyon, era preguntona. Y trabajadora. Aquel día, cansada como estaba, apoltronada en el sillón, le dijo a la criada:
- ¿Por qué no me echas algún cuento?
- ¿De amoríos?
- De lo que sea.
- Si usted me ayuda a terminar mi quehacer, se lo cuento, niña.
Paulina tenía hambre de cuentos, o de chismes, o de lo que fuera. Y a pesar del cansancio, le dijo:
- Tú lavas los platos y yo seco.
Y terminada la faena, la criada sacó una revista que tenía escondida y leyó historietas. Eran historias de misioneros y de las penurias que tenían en esas lejanas tierras.
- A lo mejor no te gustan estas historias.
- Claro que me gustan.
Le gustaron. Y se le ocurrió la idea: “Habrá que recoger dinero para aliviar las penurias de esos misioneros”. Fue tomando cuerpo la idea, y gracias al cansancio de aquella tarde nació lo que hoy conocemos oficialmente como “El día de las misiones”. Los Papas se encargaron de institucionalizarlo.
Nunca fue misionera esta muchacha, según el sentido estricto. Quiero decir, nunca se fue a misionar. Quizá hoy día, sin ser monja, lo hubiese hecho. Está de moda eso de las ONG, que son una especie de inventos misioneros laicos del siglo XX. 
Veo, en octubre, a muchachos y muchachas, sorteando los carros en las avenidas, con su hucha para recolectar fondos para las misiones. Le he preguntado la una muchacha si se llamaba Paulina. Me dijo que no, pero que tenía una amiga que se llamaba Paulina.
- ¿Y tiene algo que ver con esto de las misiones?
- Ella anda en otra honda.
- ¿Y no sabes que quien inventó esto de pedir para las misiones se llamaba Paulina?
- Pues mire, no lo sabía.
No importa. Tampoco Paulina Jaricot, la de Lyon, sospechaba que una historieta leída por una criada para atenuar su cansancio luego del trabajo se hubiese convertido en un día mundial: El día de las misiones.