Juan de Capistrano, el del burro (23 de octubre)

Autor: Adolfo Carreto

 

 

¿Quién es ese trastornado que así anda por la ciudad? ¿De dónde ha salido ese y por qué las autoridades no lo encierran? ¿Qué es el que fue abogado, que es el que fue juez, que es el que fue gobernador de Perugia? ¡No, no puede ser!. Juan, el abogado, el juez, el gobernador siempre fue hombre lúcido, hombre juicioso, juez al que no se le discutía el dictamen, gobernador al que no se le discutían las órdenes! ¿Cómo va a ser ese payaso el tal Juan?
Pues era el tal Juan. Cuanto más se acercaban a él, más lo identificaban.
- ¿Eres el abogado?
- Era.
- ¿Eres el juez?
- Era.
- ¿Eres el gobernador?
- Era.
Y era cierto. No podía ser el mismo abogado, el mismo juez, el mismo gobernador, este payaso que se había montado en un borrica al revés, que vestía estrafalariamente y que en vez de gorro decente cubría su cabeza con un gorro de papel en el que había escrito: “Soy un miserable pecador”. Y como la gente lo dio por loco, primeros los insultos, luego los salivazos, después la tierra sobre su montura y por fin las piedras.
- ¡Que lo encierren las autoridades!
Llamó a las puertas del convento de los franciscanos y allí no lo miraron con buenos ojos. ¿Con qué ojos podía mirarse a un hombre tan estrafalario?
- ¿Por qué se montó usted en un pollino, al revés, mirando hacia atrás?
- Porque soy muy vanidoso, padre; para que se me quite el orgullo.
- ¡Pues vaya revuelo que ha armado usted!
Le permitieron entrar pero lo sometieron a pruebas. Hay que preservar a los monasterios de gente trastornada. Más de uno ha logrado cruzar la puerta y luego no hay forma de deshacerse de él.
Pasó las pruebas. Lo ordenaron sacerdote. Comprobaron sus dotes de predicador. Lo enviaron para predicar por plazas y caminos. Ya no aparentaba a aquel ex gobernador sobre las ancas de un borrico, para vencer su orgullo. Dicen que predicaba muy requetebién. Dicen que convencía. Toda Italia recorrió. Alemania también. Y Polonia. A sus oyentes les decía: “¡Raza de víboras, convertíos!”. Tal cual Juan el Bautista. No en balde él se llamaba Juan.
En Hungría los turcos querían acabar con la religión. Lo llamaron. Acudió. Consiguió un buen ejército de creyentes dispuestos a lo que fuera. Y lograron, azuzados por su predicación, expulsar los turcos. En Budapest le han dedicado una estatua como héroe salvador.
Se han recogido sus escritos de predicación en diecisiete volúmenes. Murió del contagio del tifus. Tuvo tiempo para todo, hasta para las excentricidades. San Juan de Capistrano, italiano del siglo XV.