Pedro, el de Alcantara (20 de octubre)

Autor: Adolfo Carreto

 

 

Este Santo, extremeño por demás, llegó a Bolivia gracias al pincel de Melchor Pérez Holguin, un pintor, como otros muchos, que trasladaron en lienzos la religiosidad peninsular hasta sus lugares de origen, quiero decir, a Latinoamérica.. En este caso, el lde Pedro, con una particularidad muy simpática: lo trasladó en forma de una visión, que no sé si realmente se dio, pero que, una vez que queda plasmada en un lienzo, es creíble.
Resulta que este Pedro, nombre de religión, cuyo nombre de Pila fue Juan, y quien transitó estudiantilmente, y también religiosamente, por las empedradas calle sabias y religiosas salmantinas, resultó ser un hombre sumamente, excesivamente si se quiere, ascético. Inclusive Teresa de Jesús, quien lo conocía, se extrañaba cómo el religioso podía pasar tanto tiempo sin comer y sin que menguara en exceso su vitalidad. Cuentan, lo se lo contó a la santa abulense, que todos los alimentos le sabían igual, que no le apetecían, que no se trataba de una virtud sino simplemente de un entrenamiento. Esto sí lo creo. A veces uno sabe entrenar al cuerpo para privarse de necesidades que otros cuerpos no aguantan.
Pues bien, resulta que el pintor boliviano se apropió de una supuesta visión para trasladarla hasta Bolivia. Se le apareció nuestro Señor, acompañado de unos cuentos ángeles, al santo, postrado en oración. No eras unos ángeles cualesquiera. Venían pertrechados con buenas viandas. Algo debió de ver Jesús en el cuerpo de aquel Pedro desabrido para la comida, que quiso ponerle él el remedio. Y Jesús se dijo: Vamos a ver si lo que te doy yo tiene el mismo sabor de lo que te dan en el convento. Y ahí vemos al buen Jesús, gracias a la imaginación del pincel de Pérez Holguin, dándole de comer al santo, como si se tratara de un niño. Jesús acercando la cuchara a la boca de Pedro. El ángel sosteniendo el plato. Y otro ángel, llegando desde lo alto, con buena cesta de frutas. Jesús estaba quebrantando la abstinencia del asceta. O dicho de otra manera: Cristo cometió con Pedro el pecado que Pedro no quería cometer, el de una alimentación como Dios manda, y nunca mejor dicho en este caso. Es curioso, además, en el cuadro de Holguin, contemplar a dos angelitos traviesos, indiferentes a la comida, jugando con los cilicios, con los instrumentos de mortificación que Pedro utilizaba para magullar sus carnes.
Resume este cuadro el temperamento reciamente ascético de este Pedro de Alcántara, que siendo ya estudiante en Salamanca tomó la decisión de refugiarse en lugar seguro, lejos de la algarabía absolutamente natural de una ciudad estudiantil, como aquella Salamanca del siglo XVI. Y solicitó ingresar en los franciscanos.
Se hizo franciscano. Pero deseaba ser todavía más franciscano, que ya es decir. Deseaba más ascética para su cuerpo, más horas todavía para la oración, más ayunos y abstinencias, unas reglas de convivencia todavía más estrictas. Y redactó unos reglamentos para los franciscanos que deseaban ser todavía más franciscanos, a los que denominó “de la estricta observancia”. Algunos no aguantaron aquel trote de sacrificios. Otros sí.
La visión que pintó Holguin da fe de este temperamento, al punto de que Jesús tuvo que hacer de madre, tomar la cuchara llena de sopa caliente y acercarla a la boca del testarudo Pedro en eso de la alimentación. Y pienso que le gustó aquella comida, y que no le supo igual que el resto de los bocados.