San Lucas, el pintor (18 de octubre)

Autor: Adolfo Carreto

 

 

No sé quién le dijo a Zurbarán que Lucas, el evangelista, además de escritor fue pintor. Posiblemente todos los escritores sean pintores, posiblemente todos los pintores, escritores. Pluma y pincel son dos apéndices del corazón sujetados por la mano. Toda palabra es una pintura y toda pintura un discurso completo. El escritor, si es de verdad, cuando escribe, logra que las imágenes descritas penetren por los ojos, lleguen al entendimiento, se degusten con el paladar, se saboreen con el olfato, se acaricien con las manos. La palabra, lo sabemos por los entendidos, y por la experiencia propia, es una imagen, una imagen sonora que sugiere todas las imágenes posibles, que las relaciona, que las vivifica. Igual la pintura. Todos los rasgos, todos los colores, todas las sensaciones se concentran en una palabra. Por eso, cuando hay palabra hay visión y cuando hay visión hay concepto escrito y hablado. Aunque solamente fuera por esto, Zurbarán tenía razón.
El Evangelio de Lucas, las historias que Lucas escribió en torno a Jesús y a todos los que lo rodean, sin ilustraciones gráficas de una realidad no solamente histórica sino también espiritual. No hay más que leer: Como al mediodía, se ocultó el sol y todo el país quedó en tinieblas hasta las tres de la tarde. En ese momento la cortina del Templo se rasgó por la mitad, y Jesús gritó muy fuerte: Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu., y al decir estas palabras, expiró.
Y ya está, todo dicho, todo pintado. Pluma y pincel. Arco iris nublado. Grito tenebroso, de muerte inminente. Cabeza agachada. Nubes ocultando la luz. Truenos. Ya está. Todos los pinceles de todos los tiempos se han detenido en estas palabras de Lucas para pintar lo que ya estaba dicho. Todas las meditaciones ante los cristos pintados, ante las representaciones del Calvario, ante la cruz, ante las cruces, ante la muerte tendida entre el cielo terriblemente de luto y la tierra terriblemente seca de espanto, todas las meditaciones arrodilladas ante la cruz se refugian nuevamente en las pinceladas escritas por Lucas. Todos los cuadros nacen de este escueto y estremecedor relato. Y todos los fieles a él.
Zurbarán lo escribió porque lo vio una vez más mientras escribía, mientras adecentaba la pluma para que nadie se perdiera detalle. Las tres de la tarde. La luz de las tres de la tarde convertida en tinieblas. A esas tres de la tarde no le ha quedado más luz que la que se centra en la única realidad patente, la del crucificado. Y para que conste, Zurbarán ha colocado la Lucas, paleta en mano, pincel en mano, para que todos los pintores, incluido Zurbarán, siguieran sus trazos escritos.