Margarita María Alacoque (16 de octubre)

Autor: Adolfo Carreto

 

 

Monja a carta cabal. Monja de libro. Monja porque para eso nació y no le cabía más. Monja a la que hay que echar una mano para que pueda continuar siendo monja, pues la salud se empeña en deteriorarla. Monja, por lo tanto, con necesidad de milagros para continuar haciéndolos luego ella.
Tuvo mala suerte esta muchacha, que fue religiosa desde los primeros años, mucho antes de que pensara entrar en religión, que fue a muy temprana edad. Digo que tuvo mala suerte pues, a la muerte de su padre se hicieron de su casa la abuela y dos tías. Mal lo tuvieron su madre y sus cuatro hermanos con estas invasoras domésticas. La abuela era gruñona. Dijo que lo del hijo muerto era suyo, y los demás, a callar. Dijo que en aquella casa, desde ahora en adelante, la que mandaba era ella, la que decidía era ella, la que proponía era ella. Y sus dos hijas la aplaudía.
- Lo que dice la abuela.
Aplaudían las tías los dichos de la abuela, y la mamá de Margarita, a callar, y los hermanos de Margarita, a callar, y Margarita, a callar. Todos a callar porque hablaba la abuela y las tías la aplaudían.
No era así cuando vivía su padre, pero la vida da estos revolcones a los huérfanos, y así comenzó a ser luego de su muerte.
No quería esa vida Margarita. No ese encierro. A pesar de no ser callejera, no era ese su destino. Pero hablaba la abuela, y su madre, para que el asunto no pasara a mayores, señalaba a los hijos el consuelo de la obediencia.
Quedó paralizada, sin poder transitar ni siquiera por los escasos corredores de la casa ahora de la abuela y tuvo que acudir la Virgen para echarle una mano a sus pasos. Y curó. Así es que ya podía buscar otras libertades y acudió al convento de las monjas de la Visitación para poder transitar por sus claustros los caminos que no podía en su casa.
Y nuevamente el cielo bajando hasta su suelo para echarle una mano. Fue ahora el Sagrado Corazón de Jesús, escapándose por la puerta del sagrario del oratorio del convento quien le dijo que solamente en un corazón como el que veía encontraría consuelo. Y para corazones como aquel, escapado del sagrario, no más alternativa que el convento.
Una monja con tantas visiones, con tanto tiempo arrodillada ante el sagrario, desde donde una y mil veces la consolaba aquel sagrado corazón, tenía un trabajo seguro: maestra de novicias. Y a eso la dedicaron. Y en eso puso empeño. Todas aquellas muchachas que suspiraban por amores no conseguidos fuera del claustro se toparon con el corazón deseado, que no engaña, que siempre está a la mano, que siempre sale del escondite del sagrario para que sus amantes tengan consuelo.
Y así surgió el milagro de la devoción al Sagrado corazón. Margarita María se empeñó en que perdurara esa estampa que todos conocemos, ese corazón de Jesús estampado que marca las oraciones de todos los devocionarios, que inclusive cuelga de las paredes de las casas sosteniendo a calendarios. Esa estampa que todos tenemos pero que desconocemos que es la estampa que se le apareció a esta monja francesa, natural del siglo XV, y eternamente rezandera.