Gertrudis, la mística (14 de noviembre)

Autor: Adolfo Carreto

 

 

Desde los cinco añitos comenzó a ser monja, así es que no había para dónde correr. A los cinco años la llevaron a un convento, y por mucho que las monjitas se empeñaran en carantoñas hacia ella, por más que le inventaran muñecas imaginarias, por más que le consintieran los caprichos que a los cinco años tiene cualquier muchachito normal, Gertrudis deambulaba por el claustro, copiaba los andares de las religiosas, notaban cómo colocaban las manos sobre el pecho, cómo elevaban la mirada cuando la elevaban, cómo recitaban las oraciones, aunque no la llevaran al coro. Por eso digo que fue monja desde los cinco años, viviendo como niña, pero al trote que marcaran las horas del convento. Por más que su tía Matilde, que era la superiora, y luego santa según la Iglesia, se esforzara en algunos regaños mentirosos, ahí estaban las religiosas para consentirla, pues era niña y para qué forzarla a prohibiciones que no cuadraban con su edad. Pero no había vuelta atrás; entró en el convento a los cinco años y a partir de ahí no habría más vida que la del convento.
Han bautizado a Gertrudis como la primera mística, quizá no la más representativa, aunque eso nunca se sabe, pero sí la primera. Quiere decir que, por ser la primera, según los entendidos, resultó la primera mujer que tuvo conversación directa con nuestro Señor, excluidas las excepciones lógicas que tuvo nuestro Señor en vida, su madre, su tía Isabel, la Magdalena, Marta, María, es decir, todas aquellas mujeres que transitaron también su camino terrenal. Pero los encuentros místicos son de otra dimensión: oraciones sin restricción, revelaciones del más secreto entendimiento divino, mensajes que el Señor le entrega, éxtasis, levitaciones, visiones solamente aptas para predestinados, esas cosas.
Sospecho que es casi imposible ponerse en la piel de un místico, pues quien no haya pasado por ese trance, que trance es, no lo entendería. Y cuando se trata de la primera que tiene tales experiencias, sin conocimiento previo, se me antoja que también resultaría embarazoso para ella.
Gertrudis, dicen, fue la primera en este experimento del acercamiento personal de la divinidad con lo humano. Y eso tiene mérito.
Dicen que era muy aficionada a la literatura y a las ciencias naturales, pero que cambió la lectura literaria por la de la Biblia, por ser la primera mundana. Y esto me gusta poco. Porque si algo entiendo de misticismo, lo entiendo precisamente por la inspiración literaria, que es un contacto directo con esa otra dimensión espiritual y creadora, a veces incomprensible, a veces incomprendida, como cualquier experiencia mística. Más bien pienso que esta tal Gertrudis, cuando colocó su corazón junto al de Cristo para poder enamorarse locamente de él, y cuando el Señor le aceptó su entrega gracias al rayo de luz que se escapó del corazón del Cristo para introducirse en el mismísimo corazón de Gertrudis, fue también por obra y gracia de su anterior afición a la literatura que alguien, no ella, ha bautizado como mundana.
Corazón con corazón, así dicen sus biógrafos, o así lo ha dejado escrito ella en sus escritos, lo que pone en un escalafón muy alto la realidad, el éxtasis del misticismo, que es la entrega definitiva y sin trabas al amor. Así es que para los místicos, incluidos llos literarios, esta santa: Gertrudis, la primera con experiencias místicas.