La Madre Cabrini y los emigrantes (13 de noviembre)

Autor: Adolfo Carreto

 

 

Jugaba con barquitos de papel, niña ella, endeble ella, y los animaba para que llegaran a los puertos de oriente, China, India. Jugaba con muñecas de trapo y le confeccionaba sus vestidos, de trapo también, que eran hábitos de monja y de distintas monjas. Así dicen sus biógrafos que jugaban. Y dicen que jugaba así porque ya, desde niña, quiso enfrascarse en las misiones, por tierras de oriente, China, India, pero no, terminó haciendo las maletas, embarcándose en barco de verdad, rumbo a Norteamérica, para evangelizar a sus compatriotas italianos, los emigrantes. Se llamaba Francisca Javier cabrini.

Quienes tenemos en nuestro haber el morral a la espalda, que es una manera de decir, quienes hemos tenido que poner pies en polvorosa, salir de nuestra casa, mirar hacia el horizonte infinito en busca de lugar apropiado; quienes hemos tomado barco, avión, tres o patera para cruzar el escollo que nos separa hacia ese otro destino desconocido pero aparentemente salvador, quienes, voluntaria o involuntariamente, somos o hemos sido emigrantes, aquí tenemos a esta mujer, Francisca Javier Cabrinni, italiana de nacimiento y norteamericana de destino, como protectora. Siempre los emigrantes han necesitado una mano para el último empujón. Ahora, a quienes huyen hacia las costas de otras latitudes, se les espera no para tenderles la mano sino para que se vayan por donde han venido. Hay que admitirlo: los inmigrantes, sobre todo los de ahora, nos molestan. Aunque los necesitemos para labores que no son de nuestro gusto, nos molestan.
Muchísimas naciones, sobre todo en esta parte del mar, han tendido la mano a millones de emigrantes europeos; entre los más comunes, italianos, españoles, portugueses. Porque ya nos olvidamos que, hasta no hace tanto, la supervivencia de España, de Italia, de Portugal y de otros rincones europeos, dependía de los emigrantes. Por dos razones: porque dejaban más espacio para que los que se quedaran en su suelo pudieran vivir menos mal, y porque, desde el nuevo destino, el emigrante comenzaba a enviar a los suyos para que comenzaran a vivir algo mejor. Pero, al parecer, Europa se ha olvidado de esta página de su historia porque Europa ya no tiene necesidad de exportar a sus hijos, e impide la entrada a quienes, también por necesidad extrema, tocan a su puerta.
Esta mujer, Francisca Javier Cabrini, italiana, nacida en 1850 y fallecida en 1917, como quien dice, antes de ayer, no iba para ser santa patrona de emigrantes, ni siquiera de los italianos, a los que más atendió; lo suyo eran las misiones del Extremo Oriente, China sobre todo, pues prácticamente era el único lugar de misión oficial. Pero se le torció el barquito de papel y, a instancias del Papa león XIII, tuvo que atender a los italianos que llegaban que atracaban junto al Hudson.
Así es como la pintan: pobres emigrantes italianos, familias de la diáspora, tendiéndole la mano, porque el emigrante siempre tiende la mano, tanto a la salida como a la llegada, ahora, inclusive, también al retorno. Y así ha quedado inmortalizada, como la patrona de los emigrantes, de todos los que un día nos hicimos a la mar, o al aire de un avión, para mejor fortuna, una fortuna que no siempre es mejor.