San Millan de la Cogolla (12 de noviembre)

Autor: Adolfo Carreto

 

 

Si escribo como escribe, y si ustedes me entienden como me entiende, gran parte de la gracia, o de la culpa, es de este ermitaño, San Millán, quien no hablaba como nosotros hablamos, es decir, en este castellano purificado que se ha convertido en nuestra identidad. Anduvo este eremita por los aledaños rocosos de la Rioja, por aquellos parajes entonces desavitados, buscando a Dios por los caminos, por las cuevas y por las soledades y fue asentándose en aquellos contornos con unos y otros seguidores, hasta que fueron muchos y construyeron monasterios. No podían sospechar en aquel sigloVI, cuando todavía el latín mandaba, que en los muros de su monasterio iba a surgir el milagro, el mayor milagro del que nosotros disponemos: el de nuestro entendimiento.
En la Biblioteca del monasterio de San Millán de la Cogolla tiemblan todavía los primeros rasgos temblorosos, y divinos, de la pluma, porque pluma era, de las primeras palabras romances de Gonzalo de Berceo, ese poeta primerizo de nuestra lengua sagrada que, además, era cantor, dulzainero y dado a la cítara. De ahí que cuando en castellano hablamos, cantamos. Y entenderse cantando es un entendimiento muy espiritual, muy milagrero.
En ese monasterio viven, como si acabaran de nacer, a pesar de los siglos trascurridos, las primeras glosas, esas que llamamos Emilianenses, que es el primer ropaje, los primeros pañales del idioma que acaba de nacer y que día a día, desde entonces, continuamos naciéndolo, porque lo hablamos y lo purificamos. A veces también, es verdad, le damos una patada, sin percatarnos.
Por eso para mí este día es un día muy singular, muy de alto calibre, muy santificador. Y por eso le tengo tanta devoción a este santo, con la palabra hablada, con la escrita y con la rezada. Un hombre que no parecía muy dado a manejar los dineros que se le encomendaban pues, como todos los santos, cometían el pecado de repartirlo a los necesitados. Así les que siempre prefirió el monte, la cueva, la soledad donde no había necesidad de gerenciar otra cosa que no fuera lo espiritual. Y la palabra es lo más espiritual porque es el alma de toda comunicación.
Así es que celebrar el día de San Millán, como santo que fue, es celebrar el día de nuestro entendimiento, de nuestros quinientos años pasados resucitándonos día a día a través del lenguaje que se bautizó como castellano entre los muros de sus monasterios, que varios fueron.
Los invito a ponernos a la par de Gonzalo de Berceo, acompañados de su dulzaina y de su cítara, recitando sus versos para ver de qué material estamos hechos. Yo lo hago con frecuencia para recobrar mi identidad, no solamente lingüística sino también espiritual. Y le ldoy gracias a San Millán y a todos los que siguieron sus pasos por haber acunado nuestros primeros balbuceos, por haber logrado el más grande de los milagros, el del entendimiento, el de reconocernos procedentes de la misma cepa en cualquier lugar del mundo en el que nos topemos y nos descubramos con las mismas palabras.
Hoy es el día de San Millán de la Cogolla que es como decir nuestro día de identidad