Martín, el del medio manto (11 de noviembre)

Autor: Adolfo Carreto

 

 

Siempre me llamó la atención por qué San Martín extrajo la espada, subido como estaba en su cabalgadura, se desprendió del manto, que debió de ser un manto militar, los rasgó en dos, casi a partes iguales, y le entregó una al mendigo. No se trataba de un mendigo cualquier. Según la versión del pincel de El Greco, aquel mendigo lo era de verdad, de cuerpo entero, con toda su desnudez al descubierto. No sé cómo la caridad del joven caballero solamente se atrevió a darle la mitad. Posiblemente porque tuviera que mostrar su prenda cuando el capitán le preguntara:
- ¿Y tu manto, Martín?
- Aquí está, mi capitán.
Si hay que creer en lo que la leyenda dice, que es la más popular de las leyendas atribuidas a San Martín, el obispo de Tours, hay que verla con un poquito de mezquindad. Al menos eso interpreto según la versión de El Greco, que es la que más me satisface de tantas cuantas del popular santo hay, incluidas las de el devoto pincel de Simona Martini.
Pues eso es lo que se cuenta: que Martín primero fue soldado de verdad, terrenal, y luego soldado del ejército de Jesucristo, según dicen que él mismo dijo. Siendo soldado, en una caminata invernal, con ese frío que penetra hasta los huesos, se le presentó un mendigo, totalmente desnudo, y le tendió la mano. Tal y como lo pinta El Greco se trata de una solicitud de limosna de muchacho a muchacho, pues ni el caballero Martín, arropado por su armadura, simula edad, ni tampoco la tiene el mendigo. Dos jóvenes por lo tanto, frente a frente: uno enfundado y el otro al desnudo. Y el caballero, es decir Martín, rasgó con la espada la prenda que llevaba para arroparse y le tendió la mitad. No llega la mitad para cubrir toda la fría desnudez del muchacho, pero algo es algo.
Quizá se tratara solamente del primer paso a la santidad, pues siendo como era, caballero, soldado en filas, cubierto con la armadura hecha en Toledo, porque El Greco no podía vestirlo con armadura que no fuera toledana, aventuró el primer paso para cambiar de ruta, es decir, para transitar otro camino.
Continúa la leyenda para alertarnos de que luego del acto caritativo llegó la visión.
- ¿Me reconoces?
- Claro, Señor. Eres el Cristo.
- Te equivocas, Martín. Soy el mendigo a quien le remediaste el frío con tu medio manto.
- Señor…
¿Se arrepiente el soldado Marín por no haberle dado el manto completo?
- Y quiero agradecértelo, Martín.
Había escuchado Martín, en alguno de aquellos sermones que en la Edad Media prodigaban los predicadores, aquello de que “cuando le diste de beber al sediento, a mi me diste; cuando arropaste al desnudo, a mi me arropaste; cuando…” Y solicitó permiso para abandonar el ejército porque deseaba, así dicen que dijo a su superior, pertenecer al ejército de Jesucristo.
Me encanta esta representación de El Greco. Dos jóvenes frente a frente. Dos figuras espirituales a la par. Dos santidades a la misma altura. No sé qué tiene el pincel de El Greco para pintar lo espiritual. Pero en este cuadro sobresale por sí sola. No hay más que mirar a la cara de los protagonistas.
Luego el caballero Martín se convirtió en obispo. Pero ese ya es otro cuadro.