San León, el grande (10 de noviembre)

Autor: Adolfo Carreto

 

 

Andaba a lomos de caballo, en plan de batalla, porque eran muchos los avariciosos que querían adueñarse de Roma. Andaba San León como guerrero y como Papa, que de eso se trataba en aquella época, siglo V, cuando los papas tenían que proteger sus dominios, y ampliarlos si fuera menester, para que los creyentes tuvieran cobijo. No era el caballo papal, en aquella época, un transporte baladí. Era el transporte. Y para andar por los caminos, y en guerra, mejor. Y no desmerecía un Papa alentando a su ejército. Y tampoco se veía mal, todo lo contrario, que la victoria alcanzada fuera atribuida al apoyo de Vírgenes o de Cristos. Muchos casos tenemos en nuestro haber de Cristos de las Batallas, y de Vírgenes Pilaricas y de Santiagos matamoros. Por eso los papas tenían que defender a su territorio, que era la cristiandad.
Y a eso se dedicó este pontífice, San León, el Grande: a la defensa de la cristiandad, y de la ciudad cristiana por antonomasia, quiero decir, Roma, contra los hunos y contra los otros, que eran los vándalos.
Los hunos venían comandados por Atila, que ya es decir. Y este León le hizo frente a las puertas de Roma. No pisaron la hierba de la ciudad los cascos de los caballos de Atila, esos cascos que, donde pisaban, así se creía, no volvía a crecer la hierba. Pues gracias a San León, Roma siguió presumiendo de jardines y otras bellezas vegetales.
No tuvo tanta suerte San León y los suyos contra Genserico, el jefe de los vándalos, quien sí burló al ejército papal. Logró entrar en la ciudad y la saqueó, aunque también es verdad que el Pontífice logró que no fuera incendiada, que no fue poco logro.
Por eso se ve tan bien a este Pontífice a lomos de su montura, de ese caballo blanco, tal y como aparece en la gráfica de la que dispongo, vestido de atuendo papal, tiara incluida, para que no se confunda su dignidad de defensor de la fe con su temple aguerrido de capitán comandando a su ejército.
Hoy no nos imaginamos a un Papa a lomos del caballo. El transporte del papa ha ido evolucionando considerablemente, según los tiempos y las circunstancias. Jesús utilizó el pollino, sus sucesores primeros el caballo, luego la silla gestatoria y últimamente el papamóvil. Cada transporte era para lo que era, pero todos coinciden en lo esencial: en un transporte triunfal, en un símbolo de superioridad, de autoridad, de dominio.
Pero este Papa, León, el Grande, tuvo que lidiar con eso que se denomina el peligro interno, esto es, sobre las herejías que ya comenzaban a tejerse desde el principio. Para vencerlas no utilizó la espada, ni subió a lomos del caballo; utilizó la palabra, la predicación, en encuentro directo con el pueblo para convencerlo de qué era lo correcto y qué no. Dicen que cuando no tenía al público presente utilizaba la escritura, la carta; que es también lo que hoy suele hacerse. Las Encíclicas no son otra cosas que cartas pastorales mediante las cuales los pontífices alertan sobre los peligros en los que puede caer el creyente.
Es decir, que los tiempos no varían mucho, solamente los medios de transporte, los medios de locomoción y los medios de información.