Severo, el inexixtente (6 de noviembre)

Autor: Adolfo Carreto

 

 

Como no se sabe si existió tampoco se sabe si es cierto que le metieron un clavo en la cabeza, por ser cristiano, por ser obispo, por ser tozudo, por desobedecer. La desobediencia siempre ha sido penalizada cuando el poder es el que manda. Los edictos los promulga el poder para que la gente obedezca y si no se obedece, pues ya se sabe. La obediencia es la virtud para que quien manda, perdure. La obediencia es la orden para que no aparezca el desorden. Sin obediencia nada seríamos, no nos entenderíamos, haríamos lo que nos diera la real gana, los gobernantes no podrían gobernar, los instructores no podrían instruir, las sociedades no podrían sustentarse y los ciudadanos no podrían convivir. Así les que esta muerte, al parecer, está bien justificada. Si no quieres tres, toma tres tazas.
Y mira que le advirtieron a este tal Severo, en caso de que existiera, de que las órdenes de Daciano iba en serio. Mira que le habían dicho: no serás el primero, tampoco el ultimo. Mira que ya tienes experiencia. Se lo recalcaron. Pero él, ni caso. 
- Yo soy cristiano y que todos lo sepan. Soy obispo y tengo que dar ejemplo.
Así de tozudo era este supuesto obispo de Barcelona y terminó como terminó: con un clavo en la cabeza y con unos cuantos porrazos bien dados, como escarmiento.
Dicen que fue allá por los primeros años del siglo IV cuando este hombre anduvo por las calles de Barcelona y alrededores ufanándose de ser cristiano. Y como era orgulloso, a las primeras de cambio le alertaron:
- Severo, que van a por ti.
Hizo caso, porque las insistencias eran muchos. Tomó camino del monte y se detuvo en una huerta. Le dijo al hortelano de qué se trataba. Chequeó con el hortelano los surcos. 
- ¿Qué estás sembrando?
- Habas.
- Darán buena cosecha.
- Si Dios quiere y las heladas no ahogan la simiente.
Y siguió camino del escondite.
Le seguían los pasos los soldados de Daciano.
- Tenemos constancia de que por aquí ha pasado un tal Severo.
- Cierto.
- ¿Cuándo pasó? ¿Hacia donde fue?
- Hacia dónde fue, no lo sé. Cuándo pasó, sí. Por aquí pasó cuando yo sembraba estas habas.
Eran habas florecientes, ya hechas, así que ayer no pudo pasar.
- ¿Seguro que cuando sembrabas las habas?
- Segurísimo.
Las habas se habían hecho en una noche y por eso el portento se denomina el milagro del hortelano. Tampoco sé si es cierto, pues no sé si por allí pasó, porque no sé si existió. No hay datos acerca de este hombre: ni dónde nació, ni cómo, ni cuando. Se hizo presente un día como cristiano, según la tradición, y eso es todo. Pero ¿quién le dice a los barceloneses que el tal Severo, su obispo, quizá no lo sea, si ahí tienen su templo, si lahí tienen sus calles, si a él le rezan, si en él confían.
Pero la tradición manda. Y si no se llamaba Severo pudo llamarse Jordi. Daciano ordenó que acabaran con él apuntalándole el cráneo con un clavo.