Celestino, el renunciante (5 de noviembre)

Autor: Adolfo Carreto

 

 

Me cae bien este Papa, a fe que me cae bien. Un poco excéntrico, pues sí. Un poco testarudo en eso de la soledad, también. Pero me cae bien, entre otras razones porque no tenía cualidades para ser Papa, que todavía no sé cuáles son las cualidades para ser papa. En algunos tiempos, la santidad. En otros, saber montar a caballo y dirigir ejércitos. En otros, diplomático a carta cabal. En otros, simple párroco de barrio, de pueblo o de arrabal. En otros viajante viajero. En otros, hombre con mano firme para que nadie se descarríe. Es decir, que cada tiempo tiene sus necesidades y cada papa su manera de satisfacerlas. Pero en muchos tiempos la condición que impone el Espíritu Santo para llegar al papado, es el de hombre transitorio. Quiero decir, de edad avanzada, de salud para no prosperar mucho. Son tiempos esos en los que el Espíritu Santo necesita un lapso para iluminar convenientemente, dado que los señores cardenales no terminan de abrir las mentes para ser iluminados. Pues esto es lo que le pasó al bueno de Celestino, al clandestino, al ermitaño, al solitario, al que no quería saber nada del mundo y de sus oropeles. Un día se acercaron a su cabaña y le dijeron:
- Has sido elegido Papa.
- Menos bromas.
- Que sí, que has sido elegido Papa.
- Que yo no sirvo para eso.
Y en efecto, no sirvió. Digo que no sirvió porque lo dijo él, y porque puso la renuncia. Cinco meses en el apocopado. ¡Vaya faena!
Cuando dijo que no servía para papa adujo sus razones: no se de leyes, hablo muy mal el latín, no tengo dotes para la diplomacia, no soy de buena conversación. Con estas dotes no puedo dirigir la iglesia. Y lanzó el decreto. O sea, que sí se puede renunciar a seguir siendo Papa, que sí hay que estar claros en el asunto, que sí hay que dejar el camino despejado cuando ya las facultades fallan. Eso fue lo que hizo este Celestino. Y retornó a su ambiente, a su soledad, a su celda construida en el monte, de un metro escaso, para no moverse demasiado.
Cuando lo eligieron Papa entró en el Vaticano en borrico, que era una especie de papamóvil de la época inventado por Jesús de Nazaret cuando incursionó triunfalmente en Jerusalén. A unos les gustó la osadía. A otros, no tanto. En aquella época los papas ya sabían montar caballo y lucir atuendo de guerrero. Por eso a muchos no gustó el invento.
Lo nombraron porque las dos facciones de los votantes no se ponían de acuerdo. Dos años tardaron en llegar a componendas. Y se decidieron por este Celestino, este ermitaño, ya con ochenta años en su haber, para iniciar el camino de transición. Un camino excesivamente corto, de solamente cinco meses de andadura, durante el cual el decreto más importante que emitió este Pontífice fue el de su propia renuncia.
Nuevamente se alteraron los ánimos entre los votantes, y llamaron a Celestino para que pusiera orden. Pero él, que no. Que ya lo visto estaba visto y la decisión tomada. Y terminó encerrado en un castillo, viviendo un encierro no voluntario, pues el encierro que él quería era el de su celda ermitaña, en el monte.
Era el siglo XIII.