Carlos Borromeo, Obispo (4 de noviembre)

Autor: Adolfo Carreto

 

 

Orazio Borgianni ha pintado a un San Carlos Borromeo triste, ante una visión triste. Quizá no una visión pero sí misteriosa. Una visión que prácticamente no encaja con la teología de la época, o posiblemente con ninguna teología. Ha pintado a este obispo extasiado ante el recibimiento, por parte del padre Eterno, de un Hijo todavía muerto. Dice la teología que cuando Cristo ascendió al cielo, lo hizo con todo su poder, con toda su gracia, con toda su presteza, con toda su resurrección sin equívocos. De ahí el asombro de este obispo italiano, que sabía mucho de misterios y de sus incomprensiones, pero también de sus aceptaciones, ante esta visión para él increíble.
Y no, resulta que el pincel de Orazio Borgianni no equivocó el camino, ni quiso enmendar la historia sagrada. El quehacer de los pintores es fabricar milagros para poder entender los milagros, y ahí está este Borgianni inventando el milagro que este obispo, Carlos Borromeo, doctor en derecho a los 21 años por la universidad de Milán, en aquel siglo XVI italiano con tantos contrastes, para ilustrar lo que el santo quería ilustrar a sus feligreses.
Fue éste un obispo renacentista que se tomó en serio eso de educar a la feligresía como dios manda, sobre todo a la feligresía de menos recursos para ilustrarse, y de menos años para aceptar los misterios. De ahí que se empeñó en poner al corriente la fe que él creía. Para eso, nada mejor que la educación. Y de la educación echó mano.
Setecientas escuelas creó para que en ellas se enseñaran los fundamentos de la fe, que aunque Italia era cristiana, al parecer no muy convencida. Setecientas escuelas por las que pasaron 3.000 catequistas, los cuales educaron a 40.000 alumnos. Esto es lo que hoy podríamos llamar la educación religiosa al alcance de todos. Este es un tema para tiempos modernos, para que sean los obispos quienes se ocupen de la educación masiva de los feligreses sin esperar el milagro gubernamental, que no llegará. Este obispo debe de ser tomado como modelo para que los obispos sean capaces de realizar, hoy, y en torno a la educación religiosa, el milagro que les pertenece.
Pero su empeño fue a más. Como obispo que era sabía a quien preparar para la evangelización: a los evangelizadores directos. Y de ahí que se empeñó con los seminarios. Porque, no solamente se necesitan catequistas para adelantar el trabajo de a pie, sino sacerdotes preparados para guiar a los catequistas en su quehacer. De ahí que no se hayan equivocado los pinceles al mostrar al santo en sus visiones, en sus meditaciones, tanto los pinceles de Borgianni como los de mariano Salvador Maella, quien nos ha dejado constancia de un obispo entregado a la meditación ilustrada en el libro donde aparece la verdad.
Un obispo santo, que es mucho decir, pues también el lo dijo. Dijo él que difícilmente un obispo podría llegar a la santidad si no se desprendía de todo, incluidos los prejuicios. Pues si lo dijo él, que llegó a los altares, dicho queda. Se llama San Carlos Borromeo y solamente vivió cuarenta y seis años.