Martín de Porres, el negro (3 de noviembre)

Autor: Adolfo Carreto

 

 

He transitado, de la mano de martín de Porres, por más de un renglón de mi literatura. Y es que este santo popular, este santo de abajo, este negro más que mestizo, es personaje para darle a la pluma, para darle a la fantasía, para darle a todos los ltópicos de entonces y de ahora que nos conmueven.
Este negrito Martín, hijo de su padre Martín, que cuando un padre le otorga el mismo nombre a un hijo, por algo es, caballero español, y de una negra negra, no fue un muchacho venido al azar. El español con cargo oficial se enamoró de la negra con amor no de capricho sino con amor perdurable, como la historia lo constató. Si los padres de Martín no formalizaron pareja oficial no fue por capricho del español sino por condescendencia de la negra: no quería la mujer que su color de piel perjudicara la carrera del gobernador. Pero una y otro, aunque a la distancia, continuaron amándose como Dios manda. Así que martín jamás tuvo, por parte de madre, queja contra el padre. Bien al contrario: muchas veces su madre le confesó las bondades de aquel español.
Todos en Lima lo sabían. También lo sabían en el convento de los dominicos, donde Martín, solo a los quince años, llamó para ingresar. Eran las cosas como eran, inclusive en los conventos, y aunque lo aceptaron, lo aceptaron en el más bajo escalafón conventual: ni siquiera hermano lego. Menos. Donado. Que quiere decir: servidor, jornalero, mandadero, criado. Con algunos derechos religiosos, eso sí, pero poco más.
Y se convirtió en el más popular de todos los dominicos de Lima. Negro y demás, recibió solamente las discriminaciones de rigor, que esas nunca faltan, ni entonces ni ahora. Pero poco la poco fue haciéndose, en las calles, con todos los habitantes limeños. Claro, con los de escasos recursos más, que eso también es de condición natural. Con los enfermos, y los menesterosos, más. Pero también con la gente media, con la gente de altura inclusive. Es posible que influyera su procedencia de padre español con poderes. Si el padre no lo había despreciado, por qué despreciarlo los demás.
Resultó un negro sumamente popular, milagrero por demás. Y eso de ser milagrero siempre llama la atención. En el convento tuvieron que ponerle coto:
- Estás convirtiendo al convento en un hospital.
- Estás dando a los pobres la comida conventual.
- Estás pasándote de bueno, Martín.
Martín sonreía. Sabía que todos aquellos reproches, no lo eran. Sabía qué era lo que le pedían cuando deambulaba por las calles. Sabía de qué iba el asunto. Y ese fue el milagro de este donado dominico, canonizado por las popularidad antes de morir, como se demostró aquel 3 de noviembre, cuando las calles de Lima colgaron crespones en sus balcones para dar el último adiós a este negro de sesenta años, hijo de un amor consentido y nunca renunciado entre un caballero español y una negra de a pie. Estas cosas no solían prosperar en aquellos tiempos, ni siquiera ahora se ven con ojos benignos, siempre anda la maliciosa sonrisa rondando. Pero Martín de Porres está todavía ahí para desmentir todos los mentidos