Los fieles difuntos (2 de noviembre)

Autor: Adolfo Carreto

 

 

Todos llevamos a un muerto en nuestro interior. Todos llevamos a un difunto del que no queremos desprendernos, del que no podemos. Todos nos hemos apropiado de alguien en el que nos arropamos, al que quisimos arropar. Todos, por eso, somos parte de la vida y de la muerte.
Yo llevo pegada a mi cuerpo una eternidad reciente, una eternidad de veintitrés años que hace unos días se me fue y supe retenerla. Yo tengo a una hija en mi sangre viviendo eternamente veintitrés años, eternizada a esa edad, sabiendo que siempre será así, sabiendo que así continuará viviendo, desconociendo que hubiese sido de ella a los veinticuatro y siguientes. Ya no me interesa esa otra vida que pudo ser y no. He comprendido que la eternidad se ha en el tiempo, se aferra al tiempo, se fotografía en el tiempo, a los veintitrés años en un caso, o a menor edad, o a mayor. La muerte de mi hija me ha enseñado algo que desconocía. Me ha enseñado que no hay muerte porque hay eternidad. Y esto que pareciera literatura piadosa, pongo a Dios por testigo de que no lo es: Selene se ha eternizado a sus veintitrés años en mi cuerpo y en mi alma, y esa es su resurrección.
Y no necesito que haya un día oficial para recordar su muerte porque día a día continúo recordando, viviendo con ella su vida. Puedo visualizar paso a paso toda su andadura, desde antes de los primeros pasos, desde cuando sentí que vivía. Y estoy convencido de que no se trata de resurrección, y menos de metáfora. Estoy convencido de ese milagro desconocido al que llamamos eternidad, aunque no la reconozcamos hasta que no entremos en ella, bien por nuestro propio pie, bien andando a la par del paso de quien nos lleva.
Un día le escribí este verso:
Cuando yo me vaya, hija,
Yo ya no seré yo, sino lo que te dije.
Estaba yo en aquel momento convencido que sería ella la que quedaba para contarlo. Y no. Nos hemos quedado los dos. Nos hemos quedado diciéndonos día a día todo lo que ya nos hemos dicho, sin necesidad de decirnos más, convencidos de que nos hemos dicho todo y lo suficiente.
Hoy es el día de los fieles difuntos, que no el día de los muertos, no al menos para mí. Hoy es el día de todos los días cuando conservamos con vida eterna al que dicen que se fue. Hoy es el día de un misterio, que a veces no se acepta porque no se comprende. Hoy es el día de seguir viviendo con nuestros difuntos. Hoy es el día de una eternidad de veintitrés años, con todas las sonrisas del mundo encima, con todos los pronósticos para esa edad cumplidos, con todos los anhelos para esa edad satisfechos. Hoy es no el día de la muerte sino el de la vida. Al menos para mí.