Andrés, el de la Cruz en Aspa (30 de noviembre)

Autor: Adolfo Carreto

 

 

No es que proliferen las estampas de este apóstol crucificado, es la verdad. No sé si es por la forma de la cruz, que no creo, o porque para crucifixiones de verdad, pues ya sabemos, la de Jesús. A su hermano Pedro también lo crucificaron, y también eligió una cruz distinta a la tradicional, una cruz invertida, cabeza hacia abajo. ¿Para que ninguna de las dos crucifixiones se pareciera a la del maestro? Pues, seguramente. Y según la tradición, así parece.
Y es que yo, para estas cosas, recurro siempre a El Greco, que es el que me desvela los misterios, no solamente los pictóricos sino también los teológicos, pues para mí no hay pincel más espiritualmente teológico que el de El Greco. Quiero decir que, aunque el pintor no prescinde de la cruz, no quiere que esa cruz robe protagonismo al santo, a su tranquilidad espiritual, a su prestancia. La cruz de El Greco, más que un instrumento de dolor, es un símbolo para la constancia de una vida ya despojada de la cruz. Existe la cruz, pero no es lo relevante, lo relevante es el apóstol.
Y es Andrés fue de los primeros en ser llamados, antes inclusive que su hermano. Jesús le dijo simplemente: “Sígueme”, y el sentido práctico de este hombre de mar, le contestó: ¿Dónde vives? Y le siguió.
No era hombre de mar Jesús sino de tierra adentro, y eso siempre marca la distancia. Andrés, junto a su padre y a su hermano, eran hombres de andar en barca, de achuchar contra las aguas y los vientos, de zarandearse entre las olas. Andrés ya andaba detrás de la oreja en eso de buscar novedades por boca de los profetas. Dicen que era discípulo de Juan, el Bautista, y que fue éste quien le mostró el camino recto de Jesús cuando, le dijo: “Ese que ves así es el hombre”. Y como hombre con ganas de caminos diferentes lo vio, y por eso lo siguió.
Si reparamos en los cuadros tanto de Murillo como de Caravaggio, la crucifixión de Andrés resultó espeluznante: ellos sí reflejaron el espectáculo asombroso de los maderos en aspa ante la curiosidad de los presentes. Pero en los dos pintores se percibe un detalle para diferenciarlo de la crucifixión de Jesús: Ni sus manos ni sus pies fueron sujetados con la crudeza de los clavos sino atados con cordeles. Que bien puede ser una realidad en la ejecución, eso no se sabe, o una realidad simbólica y pictórica. Tampoco aprecio en las manos de Andrés, pintadas por El Greco, rasgos de sangre, cicatrices de clavos, sino dedos desplegados como solamente el pincel de El Greco sabe desplegarlos, para apuntar a esa otra realidad que va más allá de la cruz.
Andrés fue crucificado bajo el Imperio de Nerón, y dicen que permaneció maniatada en la cruz, abierto de brazos y pies, como una equis, durante tres días; posiblemente para que lo descuartizaran las aves carroñosas. Se ocuparan sus seguidores de que eso no acaeciera, como tampoco acaeció en el caso de su hermano, Pedro, ni en el caso de Jesús.
Una crucifixión muy especial, de eso no hay duda, pero una crucifixión muy poco difundida en las estampas, quizá porque el pincel de El Greco no se empeñó tanto en el martirio.