La Medalla Milagrosa (27 de noviembre)

Autor: Adolfo Carreto

 

 

Tengo que confesar que no se trata de mi medalla preferida. Mi medalla preferida, como medalla, es la del Carmen, igual que el escapulario, que medalla y escapulario vienen a ser lo mismo. Y no por la medalla, que la Virgen me perdone, y no por mi falta de fe en la Virgen, sino por la magia poco religiosa con la que se la ha desfigurado. Y yo, desde que descubrí las magias falsas de los titiriteros de mi pueblo, aquellos que venían a sembrar la ilusión a nuestra ignorancia, he renunciado a todas las magias.
Creo que nunca he adornado mi cuello con una cadenita de la que penda la medalla milagrosa, quizá por eso así me va. Así es que, quizá un día de estos me decida y aunque solamente sea por probar, pruebe.
He probado hoy, pero a lo moderno, imbuido por lesa otra magia de la tecnología que me brinda Internet, en la que sí creo, pero a la que no venero, y nada. Lo cual, que hasta la magia moderna me ha defraudado.
En dicha página aparece la estampa de la Virgen, esa que se apareció a Catalina Labouré, de la que hablaremos mañana, porque es el día que le toca, aparece la estampa rodeada de velas, cuatro, para ser exactos, y con las instrucciones para el rito milagroso. Textualmente dicen: “Si en este momento sientes que tienes un problema que te atormente haz tus pedidos a la Virgen de la Medalla Milagrosa. Haz clic en el cabo de la vela, y espera a que prenda la llama. Cierra tus ojos, antes de pedir, concéntrate en tu deseo, y prende una vela (apoyando el mouse sobre la de la izquierda, primero) cada uno de ellos con la fe, de que ella te escuchará. Cuando lo hayas hecho, reza 3 Padrenuestros y un Avemaría”. Tal cual. Y procedo. Algo ha fallado. Presumo que es el ratón, que no ha acertado con el cabo indicado, o con la vela indicada, y corrijo. Tampoco. Y se lo comunico a mi secretaria, que luce su medalla al cuello, porque ella sí cree, y me contesta:
- No funciona mal el ratón, lo que funciona mal es su fe.
Acepto el reproche, porque lejos de mí disuadir a mi secretaria para que se desprenda su medalla. Lejos de mí asustar a alguien para que abandone sus creencias. Lejos de mí intentar razonar teológicamente lo que no cuadra con la lógica de la creencia popular. Porque si algo tiene esta devoción es precisamente eso: una popularidad que es casi dogma de fe. Y termino, para quedar tranquilo, y dejarla tranquila, aceptando:
- Tiene usted razón. La culpa es mía, por incrédulo.
Aunque muchas visiones tradicionales se me antojan un poco fuera de contexto, no tengo por qué negar lo que no he visto. Pero lo que sí veo, y muy concretamente en esta página de Internet, la cual no quiero identificar, una especie de religiosidad fácil, una especie de supermercado de la oración y de la petición. No me va, quiero dejar constancia, esa literatura de “haz clic en el cabo de la vela, y espera a que prenda la llama. Cierra los ojos antes de pedir, concéntrate en tu deseo y prende la vela que queda a la izquierda de la estampa”. Esto de vender la devoción como si se tratara empaquetados al por mayor me parece desafortunado. Y no creo que fueran estas las instrucciones que la Madre de Dios le diera a la devota Catalina Labouré, cuando se le apareció como milagrosa.