Flora y María (24 de noviembre)

Autor: Adolfo Carreto

 

 

Andaba Córdoba revuelta en aquellos tiempos. Andaba Córdoba, como siempre, vestida de color y de alegría. Andaba Córdoba con ganas de llegar a la eternidad a la que ha llegado, con todo el resplandor mediterráneo en su cielo, con todos los tiestos en sus ventanas, con todos los perfumes en sus calles, con toda la algarabía en los jardines, en las fuentes, en los aljibes, en las filigranas geométricas de la decoración de sus edificios. Andaba Córdoba como siempre ha andado, en busca de su propio destino, que no es otro que el de una identidad moruna y cristiana, cristiana y moruna, abrazada, engarzada. Que si no fuera por esto, ¿dónde Córdoba hoy?
Y por esos tiempos andaban por Córdoba Flora y María, la primera con toda la gracia, el color y el temple musulmán, heredado de su padre, en el semblante; María con toda la gracia, el color y el temple cristiano en el sueño. Así es que andaban estas dos muchachas por los caminos de una Córdoba que, adorándose a sí misma, adoraba a dos dioses, procuraba dos eternidades, se afanaba en dos colores. Pero una parte de esa Córdoba no quería a la otra parte, porque los musulmanes anhelaban que toda Córdoba fuera musulmana, y los cristianos igualmente anhelaban que Córdoba debía resucitar para adorar a ese Dios que se iba haciendo presente en los corazones de todos los cordobeses.
Pero, al parecer, estos dos entendimientos nunca prosperan, como si en Córdoba, o en cualquier sitio, no hubiera espacio para todas las adoraciones buenas, para todos los éxtasis trascendentes, para todas las convivencias amorosas, que al fin y al cabo es de lo que se trata.
Por eso, hasta los hermanos no se entienden, y el hermano mayor de Flora, musulmana carta cabal, como su padre, fanático de su creencia, como su padre, acudió a El cadí, y acusó a su hermana, a Flora, de no ser digna de pertenecer ni a la comunidad ni a la familia. 
- ¿Qué le pasa a tu hermana?
- Que es cristiana.
- Convéncela.
- No hay manera.
- Pues que vaya a la cárcel.
Y a la cárcel la llevaron, a pesar de que su madre, cristiana, reprochó al hijo:
- ¿Cómo has hecho eso con tu hermana?
- Por intransigente, madre.
- ¿Más intransigente que tú?
- Alá es el único Dios, madre.
No era el único dios, según Flora, según María, pues en la cárcel se encontraron. Dijo María que ya habían martirizado a su hermano, Walabonso. Y que a ellas les tocaría igual suerte.
Antes de cortarles la cabeza, según dicen los anales, las recluyeron con las prostitutas encerradas, para que aprendieran. Pero no. Así es que les cortaron las cabezas, como era orden de El cadí, y arrojaron sus cuerpos al Guadalquivir.
Y ahí sigue Córdoba, la sultana, la mora, la cristiana, intentando, con los jeroglíficos geométricos de sus edificios, perpetuarse como lo que siempre ha sido.