San Clemente y la Ola (23 de noviembre)

Autor: Adolfo Carreto

 

 

Le ataron un peso de hierro en el cuello, o una rueda de molino, o lo que fuera, y los arrojaron al mar, para que el cuerpo no pudiera volver a tierra, pero vino una ola, que tuvo que ser milagrosa, a la fuerza, porque olas normales no arrastran a los cuerpos con ruedas de molino al cuello, vino una ola y lo dejó en la arena, para que los cristianos recogieran su cuerpo y lo enterraran como debe ser, con todos los honores. No se trataba de un cristiano cualquiera, ni de un mártir cualquiera: nada menos que el tercer sucesor de San Pedro, vamos a decir el tercer o el cuarto Papa, depende como se cuente. Así que ese cuerpo no podía quedar en el anonimato de las profundidades marinas, de ahí la ola para conducirlo a buen puerto y para que luego pudiera ser trasladado a Roma, donde estaba Pedro.
Así cuentan que fue la muerte de este tal Clemente, muy cercano a los primeros tiempos y muy consciente de lo que se le venía encima. Se asegura que fue compañero de tertulia de Pedro y de Pablo, así es que conocía de primera boca todos los pormenores de la creación de la nueva religión. Digamos entonces que se trata del tercer papa: primero Lino, segundo Cleto y este Clemente. Lino y Cleto parecieran nombres no apropiados para que otros sucesores se los asimilaran. Clemente sí. Clementes ha habido muchos hasta catorce. Así les que se trata de un nombre muy papable.
Es este un santo que pareciera de los del siglo XX, por de Gulag y otros campos de trabajos forzados. Ya se sabe que en la antigua Unión Soviética, todavía tan cercana, a los disidentes al régimen se les condenaba a las minas, entre otras condenas. Pues esta es la suerte que le tocó a Clemente, y no en el siglo XX sino en el primero, y no en cualquier parte sino también en Rusia. Fue deportado al trabajo en las minas de mármol por no acceder a la fe del emperador. Siempre igual.
Y en las minas forzosas, pues ya se sabe, a ayudarse unos a otros, dentro de lo que cabe y de lo que las fuerzas permiten. No sé si era muy fornido este condenado pero dicen que era muy dado a ayudar a los compañeros, muchos de ellos cristianos, como él; dicen que le pedían favores y que, los que estaban a su alcance, los concedía. Un día le pidieron el favor del agua. La sed arrecia mucho durante los trabajos, y si son forzados, más, y si hay un látigo amenazante, más todavía. Estaban pidiéndole prácticamente un imposible: ¿De dónde va a sacar agua este Clemente si no hay fuentes ni pozos ni ríos ni nada que se le parezca por aquellos contornos? Pero mucha era la súplica de los condenados y Clemente se las ingenió para que allí, en los roquedales de la mina, de donde no brotaba más que mármol, terminara brotando agua. Eso dicen.
Después de él los papas se acostumbraron a escribir Cartas a los fieles, y prácticamente es lo primero que esperamos luego de una nueva elección: esa carta que nos indique por dónde va el camino del papa. Clemente se la escribió a los Corintios y les dijo que fueran buenos, y que obedecieran al Sumo Pontífice, lo que indica que ya algunos cristianos comenzaban a disentir. Y eran los primeros tiempos. Posiblemente Pedro y Pablo se lo habían advertido en sus conversaciones: Ten cuidado, Clemente, que en cualquier rebaño siempre hay ovejas que no obedecen al pastor.
Muchos Clementes ha habido, hasta catorce, pero este fue el primero, y el tercero en la sucesión de Pedro, luego de Lino y Cleto. El comienzo de la historia.