San Blas. La gargantilla (3 de febrero)

Autor: Adolfo Carreto

 

 

     Este es otro de los santos que me van, y digo por qué. Enfermizo yo, siendo muchacho, de la garganta, mi madre no tuvo más remedio que acudir a quien hay que acudir cuando el médico no acierta con el remedio. Y acudió a San Blas. Y compró la gargantilla y la ató a mi garganta. He tenido durante muchos años gargantilla y de diversos colores, no sé si porque los males que se manifiestan en la garganta son de diversa índole y cada color sirve para cada caso. Lo cierto es que yo, desde niño, fui chaval de gargantilla, y cuando salí del entorno, porque la vida nos abre otros caminos, siempre rogaba a mi madre que me comprara mi gargantilla. Así es que no puedo dejar de ser de esta cofradía.

     Vivía yo con mis padres en un pueblecito de Salamanca, Corporario de la Ribera, y allí era patrono , y continúa siéndolo, San Blas. Así es que, además de mi gargantilla, era mi día de procesión, de subirme al campanario para doblar las campanas, de ver al santo sobre sus andas y a los feligreses tras sus pasos. Por las tardes, baile en la plaza, y él allí, festivo, contemplando a los danzantes. Quizá es por eso que desde entonces todo baile me parece un rito sagrado, y toda conmemoración sacral, festiva. Y nunca he entendido como un santo puede ver con tan buenos ojos lo que muchos mortales lo ven como tan malo.

     Por lo tanto, para mí, San Blas es garganta sin los rigores del invierto, que por aquellos pagos se las traían, y festividad bullanguera, que por aquellos pagos no se escatimaba. Un recuerdo niño es para mi San Blas, y todos estos recuerdos dejan mella.

     Siempre supe poco de su vida, y todavía hoy sé poco me he enterado que es muy antiguo, del siglo III, y que mucho de lo que él se cuenta no está rubricado por la documentación oficial pero sí por la documentación oral, que aunque arrastre en sí mucha fantasía, una vez liberada de la hojarasca es tan importante como cualquier otra. Por eso sé que fue médico, pero no como los de ahora sino como los de aquel siglo, es decir, las médicos que se atrevían con cualquier dolencia, así fuera las dolencias del alma. Hoy a estos especialistas los llaman sicólogos y siquiatras, pero da igual.

     Me he enterado además que fue un poco tracalerillo, y achacar esto a un santo pareciera irreverencia, pero no: resulta que iban a matar a un amigo y él quería verlo antes de muerto, por lo que no tuvo empacho comprar con dinero al carcelero. A esto hoy día lo llaman corrupción, pero realmente por otros asuntos. Y también sé que lo mataron, decapitándolo, por empeñarse en sus trece: en creer y practicar su fe.

     Así es que este San Blas, día en que nos anuncian que la cigüeña regresa, y en el campanario de su iglesia nido había, y hay, es santo de mi devoción. Los argumentos que tengo son tan personales que parece que ni argumentos fuera, pero ¿quién le dice a quien sea que sus argumentos no son válidos para ser amigo de su amigo?

     No sé si San Blas realizó conmigo algún milagro en la garganta, lo que sí sé es que la gargantilla la llevé muchos años, igual que ahora llevo el crucifijo en mi cadena, y que nadie me lo quite. Lo que sí sé es que siempre le tuve confianza y todavía hoy se la tengo, a pesar de no temerle tanto al mal de garganta.

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