Abdias, profeta menor (19 de noviembre)

Autor: Adolfo Carreto

 

 

Hay profetas que se han convertido en best seller, esos cuatro, por ejemplo, a los que se denomina profetas mayores: Isaías, jeremías, Ezequiel y Daniel. Otros, en cambio, pasan por debajo de la mesa, como si no hubieran existido o como si sus profecías carecieran de futuro. Es el caso, creo, de este tal Abdías, que no solamente es uno de los doce profetas denominados menores, sino también el más corto entre todos en profecías y escritura. Pudiéramos, por eso, decir que se trata de profetas circunstanciales, ocasionales, para alertar acerca de un mal inminente y en un tiempo igualmente muy concreto. Abdías cumple con estas prerrogativas.
Es un profeta político y duro. Es un profeta que apela a la justicia con todas las armas al alcance. Es un profeta de los que condenan sin más. Lo poco que escribió Abdías hay que leerlo en voz alta, porque suena a grito. Por ejemplo: “Aunque te encumbres como un águila, y pongas tu nido en las estrellas, de allí te haré bajar… te abriré la vergüenza y serás cercenado para siempre”. Nada de perdón, nada de concesiones, nada de acuerdos, nada de disimulos.
Y, hete ahí, que este lenguaje me suena. Escrito en el siglo V antes de Cristo, me retumba hoy en los oídos. Pero no precisamente porque los profetas de ahora sean mensajeros de lo Alto, que es el oficio del profeta, mayor o menor, sino porque para conseguir sus propósitos, inventan excusas, esgrimen argumentos no comprobados, matan al desgaire bajo el argumento del mar menor. Ese caiga quien caiga en la contienda, en la invasión, en la lucha contra el terrorismo, caiga quien caiga. Y eso del caiga quien caiga suena muy poco justiciero.
Y es que molestan mucho no los profetas sino los falsos profetas, esos que sólo anuncian sus propios propósitos para salirse con la suya, esos que nos venden la justicia a precio de falsa redención. Unos profetizan tiempos mejores vendiéndonos revoluciones ficticias. Otros profetizan tiempos mejores vendiéndonos globalizaciones que no son ficticias sino contantes y sonantes. Pero ese mensaje equilibrado, ese mensaje creíble ese mensaje que no induce al equívoco ha venido desapareciendo de nuestro entorno. En política, en religión y en otras muchas esperanzas. 
Por eso prefiero los de las bolas de cristal, los de las cartas y tarots, los de las lecturas de las manos, porque solamente ofrecen ilusiones que sabemos que nada ilusionan. Hasta nos causan risa. Pero los profetas falsos asustan mucho más que los profetas verdaderos, aunque éstos, en muchísimas ocasiones, tengan voz de trueno. Como la de Abdías, que gritó: “Aunque te encumbres como un águila, y pongas tu nido en las estrellas, de allí te haré bajar… te abriré la vergüenza y serás cercenado para siempre”.
Mientras los falsos profetas amenazan para salvar el pueblo continúa muriendo por falta de salvación. Y es que nos olvidamos que los profetas, como mensajeros que son de Dios, así antes y ahora, solamente predicaban una verdad: conversión. Que equivale a cambio de vida no a exterminio de la vida.