Margarita, la de Hungría (17 de noviembre)

Autor: Adolfo Carreto

 

 

Iba para reina pero una batalla, ganada por su padre, le cambió el destino. Belda IV y María de Lascaris, reyes de Hungría, querían tanto a su país que no dudaron en ofrecer al hijo que vendría a Dios si éste les concedía la gracia bélica de ganar la batalla. No sé si Dios intervino en la contienda, sospecho que no, pues si la Dios lo hacemos responsables de la guerras ganadas tenemos que hacerlo igualmente de las perdidas, y esto son muchas acusaciones. Por eso, al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios. Y, ojalá jamás tuviéramos que acudir a Dios para las guerras, porque entonces el asunto se nos complica, como acaece en estas primeras andaduras del siglo XXI cuando se ha querido resucitar al Dios batallador, justiciero y con mano de hierro en las contiendas. Pero llo cierto es que Hungría quedó a salvo y los reyes, creyentes por demás, cumplidores de su palabra, al nacer la niña se la ofrendaron a Dios.
No me gusta esto de hacer promesas por los demás. Promesas, las que uno debe cumplir, sin tener que echar el muerto a quien sea, ni a los hijos siquiera. ¿Qué hubiese ocurrido de esta niña, a la que a los cuatro añitos sus padres la encomendaron al cuidado y educación de las religiosas dominicas, para que más adelante fuera una de ellas, tal como habían prometido, si la niña hubiese dicho no? ¿Quién hubiese pecado por incumplimiento, ella o sus padres? Por eso no me gustan estas promesas que, aunque algunas puede salir con buen pie, otras pueden tropezar? Pues ésta salió derecha, pues a los l2 años, solamente a los 12 años, que en este tiempo no es edad para esas promesas pero en aquel quién sabe, la niña Margarita se hizo sor, es decir, realizó la profesión de fe, que se trata de palabras mayores.
Monja y demás, seguía siendo hija de reyes, y sus padres se empeñaron en que así fuera. De ahí que no escatimaron en construirle conventos con todas las comodidades para la vida monástica y también para el recogimiento. Dicen que a Sor Margarita las comodidades no le iban ni el venía, el recogimiento sí, pero los conventos proliferaron pues sus padres no escatimaron recursos.
Era bonita, así dicen. Y con nombre apropiado para la belleza femenina: Margarita. Y como bonita, e hija de reyes, pretendientes a granel, que los claustros, por más que se empeñen, no puede encerrar a la belleza. Inclusive, se le prometió dispensarla de sus obligaciones monacales, de sus votos, se accedía a los amores de uno o de otro. Pero ella que no, que lo suyo era el claustro, pues desde los cuatro años en él había vivido, y si sus padres la habían ofrecido a Dios, con el que se había comprometido solemnemente, para qué ahora andar buscando excusas y casamientos.
Decidida entonces esta margarita que fue dominica, superiora y santa por culpa de una batalla que su padre ganó.
Quizá, aunque la batalla no se hubiese dado, el temperamento de Margarita se hubiese ido derecho al claustro, pues dicen que tenía dotes para eso: la contemplación, la oración, el reposo, la tranquilidad más allá del palacio. Pero eso no lo sabemos. Solamente sabemos que llegó al convento a los cuatro años, ofrecida por una batalla ganada, y que ahora la iglesia la venera como santa.