Urbicio, el santo ladron (15 de diciembre)

Autor: Adolfo Carreto

 

 


Vaya uno a saber si este santo es o no es. Y es que a mi nunca me ha sonado. Y no porque sea estrambótico sino, entre otras razones, porque es un nombre que no suena. Todavía no conozco a alguien se llame Urbicio, pero tampoco podemos fiarnos de la verdad o la mentira de los nombres por la cantidad de las personas que los llevan.
Lo más característico de este individuo es que se trata de un ladrón. No de un ladrón cualquiera, sino de un ladrón de cosas sagradas. Buena intención no le faltaba cuando se hizo con los restos de los dos santos niños más famosos de España: Justo y Pastor. Fue en Alcalá, donde estas dos criaturas que, saliendo del colegio, se enfrentaron al gobernador para protestar contra la predicación de los cristianos. Pero no lo hicieron como suelen hacer estas cosas los chiquillos, a gritos, tirando piedras contra las ventanas, o abucheando. No. Lo hicieron con todas las de la ley. Solicitaron permiso para que el gobernador los recibiera. Y ese atrevimiento les costó la muerte. Enterrados estaban en Alcalá hasta que llegó este tal Urbicio, natural de Burdeos, pero caminante por las Españas, y arrasó con los huesos de los pequeños. Dijo que lo había hecho para protegerlos, pues no veía él mucha seguridad en aquella España del finales del siglo octavo; para protegerlos de los moros, que eran los que mandaban por aquellos contornos.
El tal Urbicio había nacido en Burdeos y pronto fue cautivo, junto a su madre. Para librarse de la cautividad había que pagar rescate. Un secuestro económico, tal y como hoy lo entendemos, aunque con ribetes religiosos. Si pagabas, quedabas libre, si no pagabas, la muerte, por ser cristiano. Y es que, en estos menesteres económicos, las cosas no cambian. Siempre es más poderoso el caballero don Dinero.
La madre de Urbino fue puesta en libertad, luego de la fianza. Pero no había fianza para los dos, y la madre se empeñó len recaudar para que el muchacho gozara de la libertad comprada. Lo que, en última instancia, aconteció. Y Urbicio, dejó los parajes franceses y traspasó los Pirineos. Y llegó a Alcalá para agradecer a los dos niños su liberación, pues estaba seguro de que ellos habían metido la mano. Como el tal Urbicio temió por la inseguridad de aquellas tumbas, no lo dudó: sin consultar tomó los restos de los muchachos y se los llevó a Burdeos. Luego regresó a estas tierras y por los lugares de Huesca se hizo ermitaño a la antigua usanza, y en eso terminó con su vida. Los milagros que luego se le atribuyen pues están en veremos, pero como tantas veces he insistido, los milagros al fin y al cabo son lo de menos.
¿Existió Urbicio? Vaya uno a saber. ¿Fue él el ladrón? Puede. Pero alguien muy parecido a él si anduvo tanto por Alcalá como por los montes de Huesca, ejerciendo de anacoreta y instruyendo a quienes a él acudían para que cambiaran de vida, y para que lucharan contra los moros, porque secuestraban a muchos inocentes, como su madre y como él, y el dinero y las caridades no llegan para comprar la libertad. O sea, que no parece este un personaje tan antiguo en eso de los secuestros. Así es que habrá que encomendarse a él, por si acaso.