La Guadalupe (12 de diciembre)

Autor: Adolfo Carreto

 

 

Es doce de diciembre y México está en fiestas. Es el día de la Guadalupe, de Nuestra Señora de Guadalupe, de la Virgen mexicana, que no de le extremeña, aunque muchos se empeñen. Es la Virgen india, que para eso están sus rasgos tal cual aparecen en el poncho pintado del indio. Es la Virgen con flores mexicanas, que así aparecen en la tela milagrosa del abrigo del indio, y tal y como la vio el obispo, para su asombro. Es la Virgen de los Mariachis. Y también la Virgen de las polémicas, inclusive para muchos mexicanos. Pero lo que no hay quien quite, es que la patrona de México, la Guadalupe, es el emblema de una nación que durante muchísimo tiempo fue oficialmente laica, por no decir anticatólica, pero que los mexicanos se negaron a comulgar con esa rueda de molino, pues eso equivalía a desprenderse de su Virgen. Y, hasta ahí, no.
La Virgen de Guadalupe es devoción rezada, devoción cantada, devoción a son de campanas prohibidas pero siempre sonando. La Virgen de Guadalupe es la seña de identidad de un pueblo, justamente desde 1531, solamente diez años después de que Hernán Cortés se hiciera con la ciudad, cuando la señora se manifestó a un indio, ya de nombre Juan. Fue en una colina, en Tepeyac, y así debería llamarse; la Virgen de Tepeyac, como También la Virgen, en Cataluña, se llama de Monserrat, y en Zaragoza del Pilar, y en Andalucía del Rocío. Normalmente las Vírgenes llevan el apodo de su identidad, pues a la postre todas son la misma y la única, del lugar donde tienen a bien manifestarse. Y digo exactamente eso, manifestarse, pues me parece más acorde con la creencia y con la realidad que lo de aparecerse. Yo no estoy muy seguro de que las Vírgenes se aparezcan pero estoy convencido que sí se manifiestan. Y contra las manifestaciones no cabe la discusión, porque jamás se podrá desmentir a quien experimenta la manifestación.
Aunque todas las naciones hispanoamericanas tienen a sus Vírgenes patronas, particulares y protectoras, como la de Coromoto en Venezuela, por ejemplo, esta de Guadalupe, la mexicana, ha sido considerada por las autoridades católicas como la Virgen de las Américas. Y no es para menos. Al poco del descubrimiento, o de la conquista, o del encuentro o como quiera llamarse, ya estaba allí esta Virgen, manifestándose, dejando constancia de que la fe llegada a bordo de las tres carabelas no era una fe cualquiera ni intrusa, sino una creencia para la comprensión, la convivencia, el buen vivir. Que fue una forma de manifestación para asegurar que no todo los que algunos creyentes ibéricos realizaban por aquellas tierras estaba acorde con la verdadera creencia.
No le demos vueltas al asunto. Poner hoy día en tela de juicio esta manifestación de la Virgen de Tepeyac, o de Guadalupe, que tanto monta, es tanto como ofender a los mexicanos, a su identidad y a su creencia arraigada y mayoritaria. Pues, como dicen los mismos mexicanos, ellos no serían como son si les privaran del convencimiento de que un día, en la colina de Tepeyac, la señora se manifestó a un indio, de nombre Juan Diego, vestida de rosas que todavía no han perdido su color. Y el que quiera verlas, y asombrarse, que vaya: allí está, en la Basílica, el poncho del indio Juan, como constancia. Eso aseguran los mexicanos.