San Juan Diego, el mexicano (9 de diciembre)

Autor: Adolfo Carreto

 

 

Juan Pablo II acalló toda la controversia de un plumazo. El Papa, para terminar de una vez con el supuesto indio al que se le había aparecido la Virgen, lo canonizó de una vez, el 31 de julio del 2002, y asunto cerrado.
En México, el fenómeno de la Guadalupe va unido inexorablemente al del indígena Juan Diego, el primer indígena americano que llega al honor de los altares. Esta carrera hacia la canonización del indio que un día se extasió ante el cuerpo de la Madre de Dios, estampado y entre flores en un poncho, digo que esta carrera hacia la santidad oficial no ha resultado fácil, entre otras razones porque se cuestionaba no solamente su santidad sino, y lo que es más serio, su existencia física. Hay quien sostiene todavía que lo del indio Juan es una simple leyenda, intrascendente, que no se compagina con el cientificismo de hoy día.
A las autoridades eclesiásticas les disgusta sobre manera estos supuestos. También a los millones de devotos del indio Juan. Para el Cardenal Rivera, Juan Diego no solamente existió sino que existe, y en él se muestra un modelo de santidad muy distinto al que puede llevar un religioso, una religiosa, un sacerdote, un obispo. Son, en este continente, muy escasos los laicos propuestos como modelos de santidad. Por eso, en este renglón coincido con el señor cardenal: a la Iglesia, a Juan Pablo II, a la hora de canonizar, se le ha ido la mano hacia el renglón de curas, monjas y demás, descuidando al batallón de esos seres anónimos, de a pie, que son todo un modelo para llevar adelante su familia, para mediar en los conflictos domésticos, para sacrificarse hasta el extremo cuando el sueldo no llega, para comprender sin fanatismo otras culturas y otras creencias, sin renunciar a la propia, que es, al parecer, el gran merito de este Juan Diego, indígena y santo por voluntad de Juan Pablo II.
Y todo esto en un país oficial y constitucionalmente laico, en el que los políticos y funcionarios públicos tienen que dejar a un lado su derecho natural a la práctica religiosa porque, según la Constitución, no pueden, como tales, participar en los actos oficiales de la religión que en su interioridad profesan.
El Papa Juan Pablo II canonizó a Juan Diego y en buena hora. Pienso que le imploró el milagro de que en México no solamente repiquen las campanas a diario, como lo hacía ya hace treinta años, sino que el señor presidente, quien sea, pueda arrodillarse sin traumas legales ante la imagen de Nuestra Señora de Guadalupe. Porque, como asegura el cardenal Rivera, sin anta maría de Guadalupe México no es México. Y creo que tiene razón. Me percaté de ello hace más de treinta años, cuando tuve la enorme suerte de andar por allí. La Virgen de Guadalupe da identidad a México y a los mexicanos, los conexiona, es su ilusión, su documento de identidad. Hay creencias en los pueblos que van degradándose, perdiendo consistencia; otras, en cambio, se afianzan, ganan cuerpo, solera, se degustan mejor en el paladar. Esto es obvio en México, con la Guadalupe. Ahora también lo es con el indio Juan Diego, santo oficial desde el año 2002.