San Nicolás, el de las barbas (6 de diciembre)

Autor: Adolfo Carreto

 

 

Dicen que es el mismo, el que se cuela por las chimeneas, el que anda en trineos, el que desafía velozmente el firmamento la noche del veinticuatro de diciembre. Dicen que este Nicolás de hoy, que es oriundo del siglo IV, es el mismo que viste y calza de blanco y rojo, el mismo omnipresente en todos los lugares del mundo, el que deposita los regalos junto al arbolito. En mi tiempo de inocencia y de credulidad no era éste el personaje de traernos las ilusiones, sino unos antiquísimos reyes montados a caballo, trasladándose por los desiertos orientales y que llegaban, al mismo a mi pueblo y a la ventana de mi casa, con un poco de retraso: el seis de enero. Y venían cargados con lo que entonces podían cargar, época de post guerra, que era poco. Pero suficiente para alimentar mi ansia de credulidad. Y que tanta ilusión me daba.
Este Nicolás, al que los norteamericanos lo convirtieron en Santa Claus, o más familiarmente en Santa, me han dicho también que viene vestido de Coca Cola. Y eso me gusta menos. Dicen que como Martín originariamente antes de ser repartidor de juguetes y de ilusiones fue obispo, que de ahí el rojo, y el blanco, incluidas las barbas, pues de la frialdad caliente de la época, es decir, de esa nieve que no enfría sino que calienta. Y me han dicho que fue la Coca Cola la que se apropió de estos dos colores, rojo y blanco, para diseñar su comercialización. Ni lo juro ni lo desmiento, digo simplemente lo que me han asegurado.
Lo cierto es que este San Nicolás, el del siglo IV, sí fue real, y que el gobernador Eustasio intentó condenar a tres inocentes doncellas. Y aquí fue donde el Obispo intervino. Se personó en el momento de la ejecución, detuvo al verdugo y logró la libertad de las inocentes muchachas. Este sí es milagro que aplaudo, por justiciero. Y por enfrentarse al poder.
Pero cuentan además que había otras tres doncellas, me imagino que distintas, a las que su padre no podía casar por falta de dote. Y esta leyenda concuerda más con el Nicolás de ahora, pues precisamente por la chimenea del hombre sin haberes para que sus hijas pudieran casarse, fueron apareciendo unas monedas, hasta que logró la dote para una, luego más monedas, hasta que logró el casamiento de la segundo, y luego más, para dar cumplimiento a los anhelos de la tercera. Y este milagro fue patrocinado por el buenazo de Nicolás, obispo, allá por el siglo IV, para que la pobreza del padre y de las hijas no quedara en entredicho. Esto, como digo, encaja.
Sí se me antoja que este verdadero Nicolás no debe de apreciar mucho a este moderno papa Noel, o Santa, que se ha convertido en un atentado para el bolsillo navideño de los padres, algunos de los cuales quedan empeñados durante algunos meses por las exigencias de los muchachos, porque, hoy día, es la verdad, ya no se pide cualquier cosa.
Así es que el Nicolás obispo posiblemente no sea el San Nicolás de ahora, o muy transfigurado se ha vuelto. Yo prefiero, qué voy a hacerle, a mis tres reyes sobre sus camello, sin trineo veloz pero con animales aguantadores. Y que siempre llegaban, aunque se retardaran hasta el día seis de enero.