Santa Bárbara bendita (2 de diciembre)

Autor: Adolfo Carreto

 

 

No tengo más remedio que acudir al recuerdo de la niñez y a mi abuela, que fue la que me enseñó la oración de Santa Bárbara bendita, que en el cielo está escrita con papel y agua bendita… No tengo más remedio que remontarme a las tormentas de mi niñez y no tanto porque los truenos y los relámpagos me sobrecogieran, que también, sino porque contemplaba el semblante de pena de mi abuelo cuando murmuraba: nos quedamos sin cosecha. Así es que si la oración de mi abuela a Santa Bárbara no le echaba una mano a mi abuelo, el año perdido, la manutención escasa, los trigales desparramados, las uvas podridas, todas aquellas cosas. Algunos recursos ya no tan rezanderos recuerdo también en torno a estas tormentas: cuando el alcalde daba la orden al cohetero para que lanzara un cohete hacia las nubes y las espantara. Algunas veces daba resultado, otras no. Cuando daba resultado, para mí el triunfo había sido la oración de mi abuela, cuando no daba resultado el fracaso se debía no tanto a la escasa contundencia del cohete, que no lograba alcanzar a las nubes negras y feas que quebraban la sonrisa de mi abuelo, sino a la poca pericia del cohetero, que no sabía apuntar.
Pues sí, San Bárbara desde mi niñez para aventar las nubes, para sembrar esperanza en los campesinos, para lograr los milagros necesarios para continuar cosechando. Santa Bárbara contra las tormentas de entonces y no sé por qué hoy no contra los ciclones, las inundaciones, los desbordamientos, los tornados, los huracanes a los que cada año bautizamos con nombres que dejan secuelas de muertos y desastre. No sé por qué hoy día no acudimos a la oración de mi abuela pues ya nos damos cuenta de que las oraciones científicas no acaban con ellas.
Pues sí, Santa Bárbara, desde el siglo III, y vaya si ha llovido, tronado y relampagueado desde entonces, es la protectora contra todos estos desastres naturales, que hoy, muchos de ellos, se me antojan desastres causados por la desastrosa mano de los hombres que diariamente pecamos contra la ecología, la de la tierra y la del cielo.
Y fue porque a la muchacha su padre la mandó decapitar por no querer casarse con un pagano. ¡Hay que ver! Los padres a veces somos así, y también hoy día nos frena el que nuestras hijas se casen con uno de tal religión, de tal color, de tal educación, de tal patrimonio, de tal creencia, de tal región, de tales costumbres. Que sí, que los tiempos no cambian. Y Bárbara, por no querer casarse con quien no amaba, que no hay más sacramento que el del amor y cuando no hay amor no hay sacramento, así me enseñaron, resultó decapitada.
Pero hete ahí la casualidad, y cuentan que un día, el padre de Bárbara, descendiendo por el lugar preciso donde, con su consentimiento, cortaron la cabeza de su hija, arreció la tormenta, descendió un rayo, lo alcanzó, y lo mató. No se habla de venganza celestial de la hija contra el padre, los piadosos hablan de justicia divina. Yo, en el caso de que la tradición se ajuste a la verdad, prefiero hablar de casualidad. Pero por ese rayo, y aunque no lo supiera, mi abuela acudía a la santa mártir para que a mi abuelo se le cambiara el semblante cuando las tormentas.